Volver a empezar
Madrid y Londres han reanudado el diálogo sobre Gibraltar, interrumpido desde 1997. En principio, el encuentro de ayer entre los titulares de Exteriores, Jack Straw y Josep Piqué, ha permitido recuperar el espíritu del Acuerdo de Bruselas de 1984 para avanzar paralelamente en la resolución de los problemas prácticos y de la cuestión de fondo sobre la soberanía del Peñón. Va a ser difícil: los británicos no han cedido un ápice.
En la próxima reunión ministerial de otoño se verá el alcance de este nuevo tono, tras cuatro años perdidos y varios meses de insultante presencia, por avería, del submarino nuclear Tireless en el puerto del Peñón. Es un problema contra el que han chocado casi todos los ministros que han intentando resolverlo, y quizás por ello los primeros ministros han preferido, al menos públicamente, dejarlo en manos de sus subordinados. Sin embargo, las aparentes buenas relaciones personales y políticas entre Blair y Aznar también deberían tener una traducción gibraltareña.
En los últimos años, los Gobiernos del PP han realizado demasiados quiebros en su política hacia la cuestión gibraltareña. Matutes intentó sin éxito poner sobre la mesa un plan a medio plazo para el retorno de Gibraltar a la soberanía española. Después adoptó una posición de dureza hacia el Peñón que rectificó más tarde. El propio Piqué recuperó hace unos meses ese tono crítico. Y ahora, otra vez la suavidad.
Es razonable que se fije una metodología y que se resuelvan en grupos de trabajo cuestiones como el control del espacio aéreo y de los paraísos fiscales en la UE, o la carencia de suficientes líneas telefónicas en el Peñón. Pero no se percibe una estrategia cabal en la diplomacia española que asegure un avance en paralelo en materias de cooperación y de soberanía.
Es de esperar que la situación se aclare en la próxima reunión, en la que debería participar como integrante de la delegación británica el ministro principal de la colonia, Peter Caruana. Éste no para de pedir la autodeterminación, olvidándose de que el Tratado de Utrecht de 1713 sólo prevé un posible cambio de soberanía: si Gibraltar deja de ser británica, tendrá que ser española. Cualquier otra posibilidad exige un acuerdo entre Madrid y Londres. Pero ése sería otro final. De momento, sólo se ha vuelto a empezar, lo que no es poco.
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