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Columna
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Degradación urbana

La consejería de Cultura, y especialmente su dirección general de Patrimonio, es como una anaconda estreñida que le cuesta lo indecible digerir los asuntos que se le proponen. Valencia, consecuentemente, está saturada de cuellos de botella, de obras a medio acabar o derribar, en espera de que los muy espesos técnicos del citado departamento se decidan a emitir su veredicto. Se comprende que después de tanta malversación patrimonial y de tantas injurias arquitectónicas, como las que saturan la ciudad, los aludidos expertos y responsables políticos se la cojan con un papel de fumar antes de darle la venia a la piqueta. Pero tanta morosidad, tanto desdén hacia las incomodidades vecinales, sugiere que andan escasos de mano de obra o bien que carecen de criterio para resolver los problemas. O de ambas cosas.

El ayuntamiento de la ciudad tampoco le va a la zaga en este sentido y, en todo cuanto concierne a Ciutat Vella, no se muestra mínimamente diligente. El centro histórico no supone una gran bolsa de votos y, además, es proclive a la derecha en virtud de una cierta inseguridad y rara inercia masoquista. El corolario resulta obvio: las reformas y su recuperación se han aplazado sine die. Hoy por hoy es la hora de la periferia y sólo cabe esperar a que la alcaldesa, Rita Barberá, tome conciencia del cutrerío en que está deviniendo el centro urbano. ¿No piensa jubilarse en el cargo? Pues puede que aún le dedique alguno de los próximos 20 años que ha de ocupar la poltrona. No ha de faltar mucho para que colmate la huerta y toda el área de expansión citadina.

No obstante, y como una excepción en esta paramera de ineficiencias, debemos subrayar la novedad que supone la solución urbanística del entorno del Mercado Central y la liberación del tráfico por la Lonja. Es un parto de los montes por el que venían clamando los vecinos de Velluters y el gerente del referido mercado, Alfonso Goñi, que chocaban una y otra vez contra la indolencia o la burocracia, que son sinónimos. Vistos los bocetos de la reordenación viaria proyectada hay que ser misericordioso para no crucificar a los responsables de este postergado alumbramiento. Asombra tanto miramiento legalista cuando el concejal de urbanismo, Miguel Domínguez, se pone la norma por sombrero cuando le conviene.

Con el optimismo del corazón que nos alienta quisiéramos ver en esta plausible novedad un indicio seguro de que la corporación municipal pone sus ojos en el entorno urbano más próximo a la casa consistorial, esto es, en el cogollo del cap i casal, y aborda de una vez su remodelación. No es concebible que los jerarcas municipales sean insensibles al espectáculo depresivo que exhiben las plazas del Ayuntamiento y de la Reina, especialmente por la noche, cuando se constituyen en una invitación a la huida y su desmañamiento desacredita los hitos urbanísticos logrados -o en ello se está- en otros espacio de la ciudad.

Ignoramos si esta resistencia a acometer la empresa se debe a la falta de sintonía con los guardianes del patrimonio histórico, a la falta de criterio, que aludíamos, o a que no es negocio bastante para los adjudicatarios potenciales de las obras. Pero mientras subsista esta degradación no es dable que los viajeros se persuadan de que Valencia pisa el nuevo siglo.

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