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Columna
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¿Usted fuma?

Vas al médico y es lo primero que te pregunta: '¿Usted fuma?'. No todos los médicos, obviamente, pero sí muchos, casi todos. No es el caso particular de este cura. Antes al contrario, los médicos que el contrito firmante necesitó a lo largo de su agitada existencia fueron eminencias por muchas razones; una de ellas, porque no empezaban preguntando ¿usted fuma? Una vez, a servidor le dio un zamacuco, lo recogieron a puñados, lo metieron en urgencias y sin que nadie se interesara por su nombre ni por su procedencia, ni siquiera por si estaba dado de alta en la Seguridad Social, se pusieron a buscar la causa del percance; venga análisis y exploraciones, y nadie osó preguntar: '¿Usted fuma?'. Sólo cuando lograron arreglarle el cuerpo y lo trasladaron a planta, el especialista le preguntó lo de si fumaba, y la respuesta apenas le pareció relevante. Y hasta hoy.

Fumar, sin embargo, es para la mayoría de los médicos el mal del siglo y achacan a sus nocivos efectos las miserias corporales del ser humano, lo mismo una insuficiencia cardiaca que un resbalón en la bañera. Tienen sus motivos, porque el tabaco puede perjudicar la salud o, como suelen decir los fumadores, 'Bueno-bueno, lo que se dice bueno-bueno, no debe de ser'.

Abunda la casuística al respecto. Uno con mala cara, macilenta y tal, evidencia con ese lamentable aspecto lo mal que sienta fumar, si es que fuma. Y si es que no fuma da igual, ya que se trata de un fumador pasivo como todo hijo de vecino. Mas, yendo a lo concreto, se conocen también ejemplos clamorosos. Muy reciente es el del torero Antoñete, fumador empedernido, y así le va al pobre. Si en vez de fumar varias cajetillas al día no hubiese fumado nunca, en vez de tener que retirarse del toreo a los 69 años seguro que hubiese seguido toreando hasta los 79. O más.

El mundo rueda, no obstante. Ha entrado en un nuevo milenio y surgen otros factores determinantes en la ciencia y su aplicación a la salud. Y uno quisiera que los médicos se modernizaran en este sentido. Es decir, que se sentiría enormemente satisfecho si los médicos, antes que preguntar al paciente si fuma. le preguntaran qué come.

'¿Qué come, pues?', sería la primera pregunta. O podría el galeno establecer un cuestionario selectivo, según las épocas, sus circunstancias y sus escaramuzas alimentarias. De esta guisa: '¿Usted cocina con aceite de orujo?'. O '¿Usted come rabo de toro de lidia?'. O '¿usted hace caldo con huesos de vaca?'. O '¿usted toma esa llamada crema de anchoas de L'Escala, que -según se lee en la relación de ingredientes, naturalmente mediante lupa- está hecha con carne, hígado y grasa de cerdo, más una lista de colorantes, saborizantes y caramelizantes de difícil recordación?'. O '¿usted toma chocolate hecho de sucedáneo de cacao, sucedáneo de azúcar, sucedáneo de sucedáneo, y una serie de grasas que no le menciono para que no le de un flux?'. O '¿usted come esa merluza fresca del pincho recién pescada en el Cantábrico que -¡ejem!, no se asuste-, no es del Cantábrico, sino de Chile, y no de anzuelo, sino de red, y la trajeron congelada hace un mes, y el pescadero la estuvo descongelando y volviendo a congelar hasta que usted picó y fue y se la compró?'.

Vivimos de milagro, sentenció el filósofo. Ahora bien, uno cree que ésa es la vida: estar comiendo porquería (o fumando matalahúga) e ir generando anticuerpos, deformando vísceras, creando un mecanismo inmunológico, hasta configurar un organismo monstruoso a prueba de bomba. Después de comerse los sucedáneos y las piltrafas que elabora la industria alimentaria, el ser humano o se muere o engorda. Claro que los sobrevivientes de algo se tienen que morir para cumplir la ley de vida de la naturaleza que consiste en acabar matando a todo el mundo; y de ahí que continuamente aparezcan enfermedades nuevas, procesos patológicos incurables, alergias ignotas, virus catastróficos, mutaciones genéticas desconocidas que requieren largas y costosas investigaciones. Lo cual no impide que las autoridades sanitarias le echen la culpa al tabaco, y llegue el paciente a la consulta con media en las agujas, y le pregunte el médico: '¿Fuma?', y se quede tan ancho.

Al ser humano -bien se ve- le están tomando el pelo. A lo mejor viene de ahí aquello de 'dentro de cien años, todos calvos'.

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