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GUIÑOS
Columna
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Nuevos horizontes

Toda una vida entre fotografías y ahora, sin levantar la voz, se prepara para exponer algunos de sus trabajos de corte documental. Txomin Saez (Bilbao, 1952) es muy exigente consigo mismo y selecciona sus imágenes con mucho rigor. Cauteloso en estos menesteres, es consciente que el documento fotográfico no tiene reglas estéticas precisas, por eso elige temeroso aquello que va a enseñar. Se inclina por un estilo de fotografías, realizadas durante sus viajes a Francia, Venecia y Egipto, que recuerdan de inmediato las representaciones de paisajes y arquitectura del siglo XIX. Las de aquellos viajeros armados con daguerrotipo que con sus placas conquistaban nuevos escenarios visuales modificando el concepto y la idea del mundo circundante.

De familia de comerciantes, su padre tenía una tienda de suministros de material fotográfico. Además de las obligaciones del colegio francés, en sus ratos libres se ocupa de mirar libros de fotografía y aprender su historia. Su afición se convierte en pasión y no tarda en establecerse como profesional. Su agenda generosa en contactos y relaciones trae pronto sus primeros encargos industriales y publicitarios. Bodegones, retratos, reportajes, modelos, todo pasa por delante del visor. La disciplina del trabajo le ayuda a educar el ojo. Ahora, cerca del antiguo edificio de la Aduana, en pleno corazón de Bilbao, tiene un amplio estudio desde donde atiende los distintos encargos que le llegan.

A sabiendas que la foto aplicada tiene un marco de maniobra limitado, ya que en la mayor parte de los casos el guión y las características principales vienen dadas por un publicista autor de la idea a comunicar, su inquietud le hace buscar nuevos horizontes donde convertirse en el auténtico dueño de sus realizaciones. De esta manera el color deja paso al blanco y negro y emprende durante varios años un trabajo sobre jardines en Francia. Tiene altos y bajos, el peso de lo heterogéneo estimula la imaginación. Rincones, senderos, estatuas, arboledas, céspedes impecables o estudiadas delineaciones de setos y matorrales son tratados con delicadeza para convertirse en un paseo romántico donde un conductor invisible nos lleva hasta su intimidad. En el caso de Italia la monografía se ocupa de los detalles. El recorrido se abstrae de los grandes espacios. Nos descubre la belleza de algunas menudencias que habitualmente pasan desapercibidas. El predominio corresponde a textura y formas, con el apoyo insustituible de una luz suave que parece tamizada por un suave velo.

Y porque conoce el oficio a la perfección en Egipto nos regala con otra de sus facetas. Sin idea preconcebida va plasmando los paisajes y situaciones que más le llaman la atención. Es un viajero sorprendido por lo que encuentra delante de sus ojos pero resuelve con impecable estilo ya que sabe de composición. No puede evitar manifestar su fascinación por la poesía del Próximo Oriente, por el mito del misterioso Egipto, por la desolación de sus zonas desérticas o el bíblico Nilo y sus barcas a vela en Assuán. Sensible al testimonio de civilizaciones que por allí pasaron se ha obligado a recuperar, con buena dosis melancólica, pirámides y otros monumentos funerarios desde una perspectiva inevitablemente amparada por los viajeros daguerrianos.

Poco importa la técnica que utilice, lo importante es su manera de construir el universo que le rodea. Así Txomin remacha la idea de que la fotografía tiene una manera de observar muy particular y poco tiene que ver con la pintura. La soledad del fotógrafo en el momento de la toma (algunos confunden con individualismo) es el gran impulso del sentido creativo que permite la originalidad. Su trastienda intelectual le orienta de una u otra manera. Así se explica que dos personas ante un mismo motivo realicen encuadres diferentes. Además del intelecto del autor intervienen parámetros como el punto de vista, la focal elegida, tiempo de pose o formato del negativo capaces de conformar una obra única aunque multiplicable.

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