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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El aislamiento israelí

El G-8 ha pedido desde Génova el envío de observadores internacionales para verificar la marcha del hoy inexistente alto el fuego en el conflicto de Oriente Próximo. La decisión, que se anotaría sin emoción para cualquier otra matanza del planeta, es inédita en el caso de Palestina. Primero, porque el más grande de los Ocho es EE UU, que hasta la fecha se había plegado a la negativa israelí a que observadores externos levanten acta de cómo se mata en la región; segundo, porque a Israel, ante tanta unanimidad, no le ha quedado más remedio que pronunciar la aceptación más rácana posible del exhorto: que vengan los observadores, transigió ayer el ministro de Defensa, pero sólo si son estadounidenses. Sharon había rechazado la víspera incluso esa posibilidad.

Todo ello se resume en una realidad dura pero que Israel está acostumbrado a sobrellevar: el mayor aislamiento diplomático que ha conocido en décadas. El mundo estima hoy que el reparto de la violencia en Palestina es profundamente asimétrico. Desde el estallido de la Intifada, el 28 de septiembre pasado, ha habido más de 650 muertos, la gran mayoría palestinos, que sólo manejan el atentado suicida, algún mortero y mucha arma corta contra un formidable ejército que no vacila en entrar en los territorios autónomos palestinos armado con helicópteros artillados y blindados.

La razón inmediata de este asentimiento mundial en la crítica a Israel ha sido el asesinato de tres miembros de una familia palestina, de los que uno era un bebé de meses, por una banda de colonos del terror. Pero la propia insistencia del primer ministro, Ariel Sharon, en que los palestinos observen una semana de paz sepulcral mientras sus fuerzas prosiguen el asesinato selectivo de presuntos terroristas, como condición para reiniciar algún tipo de conversaciones, debería haberlo justificado ya sobradamente.

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Si los observadores llegan un día, cabe preguntarse qué se espera de ellos. Como seguramente serán civiles, a petición de Israel, la mejor arma ofensiva en sus manos apenas sería un bloc. Si Israel siempre ha rechazado su presencia es porque el espectáculo de un pueblo armado en una chatarrería frente a la primera potencia militar de Oriente Próximo no le va a hacer ningún bien ante la opinión pública del planeta. Con observadores en acción, debería bajar los decibelios de la muerte. El palestino probablemente aflojaría en su violenta protesta y el judío quizá la desarmara lo bastante para que un día pudiera hablarse de algo parecido a un alto el fuego.

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