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Columna
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Extranjeros

LUIS GARCÍA MONTERO

Por mucho que la prensa democrática del mundo (siempre objetiva, imparcial e interesada en la verdad) se haya tomado las molestias de avisarme sobre los peligros de esta canalla, confieso que no puedo evitar una injustificable simpatía por los grupos que se han reunido en Génova para protestar contra las desigualdades impuestas por el capitalismo. Cada uno tiene su historia, sus miedos, sus debilidades. Yo, por ejemplo, me pongo nervioso cada vez que, en Madrid, la calle Génova se llena de aplausos y banderas para celebrar una victoria electoral, y eso que miro de reojo a la televisión y veo muy bien vestidos a los participantes de la fiesta, recién peinados, con una elegancia tan discreta. Lo admito, resulta absolutamente injustificable que salga corriendo al observar ese espectáculo cívico, y luego me sienta atraído por una fauna de seres raros, con cabelleras y atuendos extravagantes, una banda de malhechores armados hasta los dientes, según puede comprobarse en las imágenes de los servicios informativos. Si vuelvo a ser un tonto útil, si los bandidos del mundo vuelven a engañarme, no será por falta de advertencias.

Los manifestantes de Génova (Italia) están fuera de la realidad y de la legalidad democrática, igual que los inmigrantes que se ahogan en las costas de Andalucía o que son puestos de rodillas al pisar una tierra que no les corresponde constitucionalmente. Llegan siempre en mala hora, porque sus ojos miran en forma de interrogación, y el fundamentalismo democrático ha dejado ya de preguntarse por la libertad y por los problemas de la representación política. Las conciencias satisfechas que se indignan porque haya moros o hippies dispuestos a no cumplir las leyes, no pierden un minuto en plantearse algunas inquietudes democráticas: ¿por qué hay millones de personas que no se sienten amparadas por las leyes, ni representadas por sus políticos? Los manifestantes de Génova (Italia) tienen menos hambre, pero son tan extranjeros como los 1.561 inmigrantes detenidos en julio por la Guardia Civil.

El fundamentalismo democrático se caracteriza por hacer un uso flexible de los valores universales de la razón. Para defender el respeto a las leyes como valor esencial del mundo civilizado, olvida las situaciones históricas concretas y el sentido político y económico de la legalidad. Establece, sin embargo, una frontera peculiarísima sobre las vidas de la gente, porque globaliza el dominio económico, sin preocuparse por los derechos sociales. Al olvidar de un modo tan arbitrario los orígenes del pensamiento crítico, hay rasgos de la cultura occidental que merecen más el calificativo de preilustrados que el de postmodernos.

En fin, que no puedo evitar la paradoja, pero soy un heredero de la Ilustración que se siente muy lejos de los gobernantes del G-8 y un poquito cerca del activista con pendientes en la nariz y tatuajes en el alma que cruza las calles de Génova, cercado por la policía, las cámaras de televisión y los fotógrafos. ¿Pero me identifico de verdad con ese activista? Bueno, tampoco creo que se identifiquen del todo con George W. Bush los que de verdad mandan en el mundo.

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