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Reportaje:

Sot de Chera salva su escuela

El pueblo valenciano ha salvado la escuela gracias a dos nuevas familias que se han instalado en el pueblo

'Los de mi cole de Torrent vendrán de excursión, yo no quiero volver. Me quedo aquí, en Sot de Chera, ¿verdad mamá?'. Sara tiene ocho años. Sus lazos con los amigos de la escuela, desde que tenía dos años, son un recuerdo cariñoso que no quiere revivir desde que hace un mes y medio sus padres se trasladaron de Torrent a Sot de Chera. En quince días, conquistó a los que serán sus nuevos compañeros de colegio. El río ya no tiene secretos para sus travesuras. Y no le queda vecino por conocer. 'Está en su salsa. Tiene un carácter abierto y para ella ha sido muy fácil'. Yolanda tiene 29 años. Toda su vida la ha pasado en Torrent. Un día, viendo la televisión, se encontró con un pueblo que la conquistó en la distancia, que necesitaba familias con hijos para salvar la escuela, en el que había trabajo. 'No me lo pensé. Se lo dije a Jesús, mi marido, y él, como si no fuera cosa suya, me dijo que si quería venir a entregar la solicitud que lo hiciera. Subí un sábado con las niñas y una amiga. Nosotros no dábamos el perfil pero me dije a mí misma que sí, que ésta es la vida que quiero para mis hijas, sin malos rollos, sin estar angustiada por lo que ven a su alrededor. Y a la semana siguiente estábamos aquí'.

Yolanda trabaja de cocinera en el albergue desde el primer día que llegó a Sot de Chera. Jesús espera cerrar en breve un trato para ejercer de oficial de la construcción en el pueblo y dejar de subir y bajar a Valencia. Neus, la segunda hija de la pareja, de tres años, con una anemia 'de preocupar' para sus padres, ha engordado dos kilos desde que se instalaron. Los vecinos les han recibido como a estrellas. 'Si no salgo, me vienen a buscar. Y todos los jueves hay cena de mujeres. Estoy encantada'. No echa nada de menos. 'Aunque sé que la prueba de fuego será cuando llegue el invierno (preocupación que subraya Jesús, no por él, que es de Asturias, sino por las niñas). Ahora hay más ambiente. Pero estoy dispuesta. Mi vida ha cambiado. Me gusta, he encontrado mi sitio'.

La misma ilusión comparten con Esther, de 24 años, y José, de 41. 'Todo nos iba mal. Vivíamos entre El Carmen y el barrio chino. Peleas, jeringuillas, sangre, porquería, robos, insultos... Eso es todo lo que podía darles a mis hijos'. Mientras lo cuenta, su hija Jéssica, de seis años, le mira sin parpadear y sonriendo. Es su forma tímida de aplaudir el cambio. No quiere oír hablar de volver a Valencia. Esther, que también trabaja en la cocina del albergue, siente ahora que está haciendo algo muy importante por sus hijos -al pequeño José, de tres años, no le vemos el gesto porque está en casa con gripe. 'Todo es distinto. La gente te saluda. No tengo miedo. Nada me asusta. Y antes sí. Cada día pensaba en cómo sería capaz de salvar a mis hijos de caer en lo único que podían ver, droga y delincuencia. Nadie tiene la respuesta, pero dentro de mí siento que esto es mucho mejor'.

Del bullicio a la tranquilidad. Del anonimato a un día a día con poca intimidad. De las cuatro paredes de un piso a las puertas abiertas, la charla en la calle. Del asfalto al campo. 'Suena muy bien. Pero muchos de los que han pasado por el Ayuntamiento no se han visto con fuerzas para esta vida', dice Rafael Rodrigo, alcalde de Sot de Chera.

El nombre del pueblo cruzó fronteras cuando ante el peligro de perder la escuela, y con ella todo lo demás, tentaron con oferta de trabajo y casa gratuita durante un año a quienes, con tres hijos en edad escolar, estuvieran dispuestos a convertirse en vecinos de Sot de Chera. La avalancha superó la previsiones. Un alud de solicitudes desesperadas, más de 400, cayó sobre uno de los pueblos más pequeños de la comarca de Los Serranos. Cual peregrinación, familias enteras aguantaron largas esperas a las puertas del Consistorio. El teléfono dejó de ser operativo: comunicaba mañana, tarde y noche. Los vecinos recibían llamadas en sus casas. El fax vomitaba aspirantes sin descanso. Se saturó el correo electrónico. Un argentino quiere instalar una fábrica de juguetes, otro un taller, otro una alfarería... Pero al final, el perfil exacto aún está por venir. Mejor dicho, en camino. Sot Chera no quería salvar su supervivencia de forma provisional sino empezar un crecimiento continuo que le permita mejorar lo que ya es y tiene, sembrar una nueva generación, albergar otras inquietudes. 'Por eso decidimos que apostaríamos por la inmigración. Por aquellos que han vivido situaciones límite y que están dispuestos a echar raíces en un lugar con futuro, en el que van a encontrar apoyo valorando en positivo su diferencia'. Rafael Rodrigo pelea ahora por regularizar la situación de dos rumanos cuyas familias ansían venir a España. 'Cada uno de ellos tiene seis hijos. Aquí hay trabajo. El colegio no sólo estaría definitivamente salvado sino que tendríamos un aula más, mejor formación si cabe y más perspectivas'.

El empeño por no dejar morir Sot de Chera ha llevado incluso al más difícil todavía. 'Una familia de las de aquí, de las de toda la vida, que ahora vive en Valencia, se instalará en septiembre en el pueblo. Empezaremos el curso con doce alumnos, algo impensable hace cuatro meses. Tal vez hemos roto el mito del pueblo pequeño como símbolo de renuncia a un trabajo o al acceso a lo que ocurre en el mundo. Muchos trabajos pueden hoy hacerse desde cualquier parte, para eso están las tecnologías de la comunicación. Y eso es compatible con la calidad de vida, ¿por qué no?'.

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