_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El G-8 y las Naciones Unidas

En noviembre de 1975, las graves perturbaciones económicas que produce la crisis del petróleo llevan a los seis mayores países industriales del mundo -Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Reino Unido e Italia-, reunidos en Rambouillet, a intentar afrontar conjuntamente tan difícil situación. Así nace el G-6, que en 1976 se convierte en G-7 con la incorporación de Canadá, y a cuyas reuniones, que tendrán en adelante carácter anual, se invitará, a partir de 1977, a la Unión -entonces Comunidad- Europea. La globalización financiera en los años ochenta, los procesos de mundialización en todos los otros ámbitos en la década de los noventa y la patente ausencia de una gobernación democrática global acentúan la necesidad de concertar políticamente el funcionamiento de la economía mundial. Lo que da alas al G-7 y hace que a partir de la cumbre de Nápoles, en 1994, se piense en integrar a Rusia en el Grupo y que éste se convierta en G-8 en las cumbres de Denver y Birmingham. Pero esa plataforma de las potencias políticas del Norte necesita para completar su eficacia político-económica contar con los países del Sur. Y a dicho fin se lanza en Colonia, en junio de 1999, el G-20, formado por los ministros de Hacienda y los gobernadores de los bancos centrales -no por los jefes de Estado y de Gobierno-, para marcar el carácter subalterno en relación con el G-8 de los grandes países del Sur. Ahora bien, estamos en plena apoteosis liberal-conservadora -Reagan, Thatcher y compañía-, la receta mágica es la desregulación, los Estados se acurrucan y achican su presencia interior y exterior, y las empresas, sobre todo las grandes multinacionales, se autoconstituyen en protagonistas principales, cuando no únicas, de la economía y, en particular, de la organización de la esfera económica mundial. Por el contrario, las Naciones Unidas, esa última esperanza internacional del siglo XX, ven incrementados, año tras año, sus cometidos y el número de sus miembros, a la par que disminuyen sus recursos y su legitimidad. En los últimos 20 años asistimos, además, a su desmantelamiento sistemático, que no sólo se ha traducido en una drástica reducción de su personal y de su presupuesto, sino también en una implosión de su mandato, cada vez más parvo, en la neutralización de sus agencias más combativas -CNUCED, UNEP, Unesco, UNDP, OIT, etcétera- y en la creación de instancias alternativas, situadas fuera del ámbito de las Naciones Unidas, a las que se encargan las misiones que hasta ahora se les habían confiado a ellas. Todo ello no sucede por azar, sino que es el resultado de un obstinado recelo de EE UU, que, a pesar del provecho que obtiene del marco institucional existente, sigue considerándolo como un límite a su poder y, en cuanto tal, como un obstáculo a eliminar. De ahí su negativa a pagar durante tantos años su cuota, la permanente tendencia a ningunear sus decisiones y normas y la entusiasta promoción de otras estructuras y foros. El G-8, muy en primer lugar, que, en virtud de la prioridad que concede a lo económico-financiero -de hecho, los ministros de Hacienda y los gobernadores de los bancos centrales son los verdaderos gestores de las reuniones- y de su vinculación con las organizaciones económicas internacionales, es el partenaire por antonomasia de las multinacionales.

Más información
Los grupos contra la globalización declaran la guerra a Berlusconi y al G-8

En la última cumbre en Okinawa, el comunicado oficial del G-8 declara taxativamente que la globalización exige acción política y postula que ésta debe ejercitarse mediante una nueva ronda de negociaciones dirigidas por la OMC. El G-8, arrogándose competencias que no tiene, transfiere el mandato político de las Naciones Unidas a instituciones económicas internacionales estrechamente ligadas con los grandes centros del poder económico. En Génova, una vez más, los señores que nos gobiernan abordarán los temas de la deuda, de la lucha contra la pobreza y el sida desde la opción liberal conservadora, eje del pensamiento único. Frente a ellos, el Foro Social de Génova propone una manifestación contra el racismo y por el derecho de los inmigrantes el 19; el 20, una jornada de debates y propuestas, y el 21, una gran manifestación para la anulación total de la deuda de los países del Sur. A la espera de la segunda edición del Foro Social Global de Porto Alegre, la mundialización solidaria tendrá también en Génova sus heraldos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_