Obras son amores
El autor critica la elección de algunos materiales en las obras del arquitecto y la ubicación de la Ciudad de las Ciencias
Aparte de los problemas de sobrepoblación que sufre la tierra como consecuencia del elevado número de sus habitantes, su distribución de la población hace que el desequilibrio medioambiental sea cada vez más importante. La población del mundo se concentra, por una parte en grandes megalópolis y por otra en el entorno del litoral marino. Mientras que África tiene solamente el 35% de población urbana, Europa llega al 73%. A principios del siglo XX solamente Londres superaba los 6 millones de habitantes; en el 2000 ya existen diez ciudades que superan los 12 millones, Tokio llega a los 28. Es evidente que el impacto humano tiene mayores consecuencias por los desequilibrios en la densidad espacial y temporal del reparto de población que por el número global de habitantes.
Vaya lo anterior para señalar algunas reflexiones a las que lleva el vivir y sentir el entorno de una ciudad de tipo medio como la de Valencia. Ciudad que para algunos tiene un tamaño todavía no exageradamente grande y que, sin embargo puede proporcionar tantas oportunidades y servicios como las más grandes del estado con menores inconvenientes. Además de las indiscutibles grandes megalópolis de Madrid y Barcelona, existe una cierta inquietud entre parte de la población de las ciudades que vienen detrás por quedar como la siguiente mejor situada. Muchos de los ciudadanos de estas poblaciones medias desearían que la suya ocupase un puesto más relevante por razón de ser la más poblada, la más culta, las más nombrada por cualquier otra virtud. Quizá, por ejemplo, Valencia sea actualmente la capital en que existen más viviendas vacías pese al enloquecido ritmo constructivo que se mantiene. Las grandes construcciones públicas, los eventos culturales y las ofertas de espacios para instalaciones internacionales, no importa sean agencias de la Comisión Europea o cuarteles de la OTAN suelen ser también formas de internacionalizar la imagen urbana. Desgraciadamente quienes dirigen los destinos suelen dejar a un lado lo que debería ser un objetivo prioritario como es la calidad de vida de los habitantes. Ése y no otro debiera ser el indicador de distinción más valorado.
Las autoridades municipales con frecuencia, buscando también destacar entre los otros, para aumentan el brillo de la imagen de la ciudad buscan el respaldo de obras de artistas y creadores afamados. Sería posible, en lugar de adquirir obras a precios de mercado, propiciar la germinación de núcleos de creación artística o escuelas locales que fueran capaces de generar una verdadera cultura propia. Oriol Boigas, Frank O. Ghery, Foster, o Calatrava son, entre otros, nombres que, como una especie de etiquetas, avalan la calidad del espacio urbano. Este último, por paisano -aunque residente en Suiza desde hace tiempo- parece ser el que más ha modificado la imagen de las nuevas construcciones públicas en nuestra ciudad.
No es sino una forma de asumir una responsabilidad profesional, como profesor de futuros técnicos, la que me obliga a hacer algunas reflexiones sobre algunas de las obras de uno de esos arquitectos de gran prestigio que no he visto enunciar a nadie más, pese a que creo son bastante obvias. Excúseme por tanto mi atrevimiento al analizar profesionalmente las obras de las que soy crítico y admirador al mismo tiempo por diversas razones. Y es que he de reconocer que encuentro bellísimas las estructuras de los edificios calatraveños y aunque no es mi oficio el de criticar el arte, soy sensible a las formas y volúmenes construidos. Vayamos pues a la crítica que debiera hacerse y que me permitiré hacer tanto desde el punto de vista de la tecnología de los materiales como en razón de la ingeniería de las obras.
A) Los materiales; el empleo de hormigón armado con cemento blanco: A1). La durabilidad. Una buena parte de las obras realizadas lo han sido en hormigón armado pese a que las construcciones tienen vocación de trascendencia. Por lo que se sabe en la actualidad no existen razones para esperar que el hormigón sea un material durable, en comparación con otros de mejor y más fácil mantenimiento. No es de esperar que una obra de este tipo alcance los cien años. Sin embargo el coste e impacto sobre la ciudad de esas obras podría suponerse que debiera estar justificado por una duración más larga. El mantenimiento del hormigón, aunque es posible, plantea problemas de costes muy elevados y más aún si se trata de elementos con tan gran densidad de armaduras.
Existe una patología normal en los hormigones, según la cual la atmósfera que siempre posee anhídrido carbónico -y más la urbana, enriquecida con otros contaminantes- va atacando la parte del material pétreo que recubre las armaduras en un proceso inexorable que se llama carbonatación; más lento cuanto mejor ha sido construido (compactado) el hormigón. He oído al arquitecto ponderar la excelente calidad de la construcción española -opinión que comparto- y esa debe ser su arraigada convicción al confiar en una excelente elaboración de los elementos constructivos. Sin embargo, con el tiempo, cuando la capa carbonatada llega a alcanzar el espesor en donde se encuentran las armaduras éstas se corroen sin remedio y el hidróxido férrico hidratado (el llamado orín del hierro oxidado) por ser expansivo hace que el hormigón estalle y se descascarille.
Las esbelteces diseñadas en las bellas estructuras construidas con ese material obligan a una tan grande densidad de hierros (ferralla) que me temo que resultará imposible la restauración de esa patología cuando -yo ya no lo veré- se presente antes de un siglo. Aunque el atrevimiento siempre es de agradecer en un artista que tiene la obligación de innovar y correr riesgos; en este caso el atrevimiento pudiera llegar a constituirse en temeridad que podría haberse evitado recurriendo para tan grandes esbelteces al acero que es menos problemático y como se ha dicho tiene más fácil mantenimiento.
A2) La justificación del cemento blanco. Muchos de los elementos constructivos resistentes han sido elaborados con hormigón blanco, es decir un material fabricado con arenas y gravas de ese color, muy cuidadas, y cemento blanco, de alta calidad y precio. Pese a la mencionada alta cualificación de los profesionales que se han responsabilizado de la construcción, la complejidad de las obras de hormigón es tan grande que -deduzco- resulta casi imposible realizar los trabajos al ritmo y con la meticulosidad deseada por el artista. Así pues, la exposición a la intemperie de las armaduras, mientras se espera que las obras aumenten en altura, hace que los hierros se oxiden. Lo mismo pasa con los encofrados que no son de acero inoxidable y ¡otra vez! el hidróxido férrico hidratado -el orín- tiñe de color ocre la piedra artificial que es el hormigón ¿blanco? Ya no. Así pues es necesario pintar las estructuras después de desencofradas con cualquier pintura de suficiente capacidad de cubrición para tapar las manchas férricas; una pintura -no prevista en el proyecto- que hubiera permitido el uso de cemento gris de menor precio pero de calidad muy bien garantizada. Y es que el teñido del hormigón blanco por el óxido férrico es muy persistente y penetrante. ¿Penetrante en el hormigón? ¡Claro!, como lo será el anhídrido carbónico, todavía más sutil pues es gaseoso, al que nos referíamos más arriba.
B) La ingeniería urbana. B1) Otras críticas, que me gustaría hubiera hecho cualquier otro que no yo, se refieren a lo que como ciudadano veo y sufro. Sea por ejemplo lo que se refiere a la capacidad y lo que podríamos llamar otra vez 'vocación de uso' de algunas de las obras. Así, por ejemplo el hermoso puente que llamamos, no sé si con acierto la peineta, resulta sólo hermoso si se ha de recorrer en bicicleta -yo lo he hecho- pues el peralte hace bastante incómodo el remonte. Ignoro si la pérdida de estética que hubiese supuesto esconder un tablero con pista plana, al menos para ciclistas, justifica la solución estética del peraltado. Así pues la bella escultura no podrá ser considerada además de como objeto bello como útil por los usuarios (amantes o no) de la bicicleta. La bicicleta, debemos recordar, es hoy una referencia urbana importante en todas las ciudades del mundo en donde se disfruta de la mejor calidad de vida.
B2) El planeamiento: He leído hace tiempo que Hausman, el urbanista que diseñó el París más hermoso, era criticado nada menos que por Engels que le criticaba negativamente el diseño de avenidas amplias y la destrucción de las callejas angostas en las que mejor podía defenderse la clase obrera en sus manifestaciones de protesta callejera. Pienso que en todo caso era un punto de vista importante en ese tiempo aunque la perspectiva de esa historia vista hoy nos produzca cierto desconcierto. No conozco (y no tengo a mano donde encontrar la información) el nombre de los que hace poco diseñaron el urbanismo del nuevo París, en particular el barrio de L'Arc de la Défense, pero aprecio la oportunidad aprovechada allí de construir una gran obra en el lugar que mejor sirve para estructurar un espacio urbano. Guste o no guste el mencionado arco de triunfo, no hay duda de que por el lugar en que ha sido construido -como todo el gran París, en alto y en la encrucijada de grandes avenidas- proporciona referencias y perspectiva para todo un entorno muy extenso.
La Ciudad de las Ciencias ha sido construida por la decisión de las instituciones públicas pero con la dirección y diseño de un solo creador artístico. Así pues, no siendo un resultado de improvisaciones sucesivas sino también, como el ejemplo de París, un proyecto integrado como un todo, debería haberse tenido en cuenta que la cota más baja del casco urbano es precisamente la del cauce de su antiguo río. La revalorización de los terrenos del inmediato entorno no justificaba, pienso, la ubicación de unos edificios públicos que por su importancia deberían ser vistos desde mayor extensión y distancia. ¿Quién puede ver y desde donde las hermosas perspectivas? La reciente inauguración de la Bienal de Arte y el espectáculo ofrecido han evidenciado la precaria disponibilidad de espacio desde donde disfrutar de la panorámica arquitectónica que debiera proporcionar un conjunto como ése.
En todo caso confieso que como otros edificios de Valencia éstos son de visión grata y que la ciudad se hace más y mejor conocida por forasteros. No tengo, sin embargo, argumentos para comparar con la otra Valencia, la Valencia que pudo haber sido y no fue si inmediatamente de recuperada la democracia se hubiese aprovechado el entusiasmo ciudadano para recuperar barrios, viejos edificios y autoestima. Roma no es, a mi juicio, la bella ciudad por el Vaticano ni por sus Coliseos; creo que el atractivo de la ciudad eterna reside en los barrios en donde la gente vive, se pasea, y usa la ciudad como la usaron cientos de generaciones.
Eduardo Peris Mora es catedrático del Departamento de Ingeniería de la Construcción, profesor de Química Ambiental y de Materiales de la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Valencia.
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