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Columna
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Terror

Rosa Montero

Voy a contarles una pequeña historia de terror. Hace unos días, una buena amiga, Asun Lasaosa, tuvo la maldita ocurrencia de tomarse una copa en una terraza madrileña. Eran las tres de la madrugada y aparcó en doble fila; apareció enseguida una grúa carroñera y, como mi amiga no tenía la documentación del vehículo, se llevaron el coche a las Chimbambas, también conocidas con el nombre de Depósito Municipal Número 2.

El lugar queda en la carretera de Vallecas a Villaverde, más o menos a la derecha del infierno: los policías le advirtieron a Asun que no se le ocurriera ir a buscar el vehículo esa misma noche, porque el depósito estaba en una zona bastante peligrosa, junto al poblado en donde se distribuye casi toda la droga de Madrid. Algo alucinada, mi amiga esperó hasta la mañana siguiente y llamó al teléfono de la grúa para saber cómo llegar. La cosa era muy difícil, contestaron. Había un autobús que dejaba a cien metros, pero era peligrosísimo hacer ese trayecto a pie, incluso en pleno día; y los taxistas, desde luego, se negaban a ir. Además, siendo mujer, era importante que la acompañara hasta allí un hombre fuerte.

Esa misma tarde, Asun se fue de excursión al ultramundo junto con una amiga y un hombre fuerte. El asfalto se acababa al abandonar la autopista y, entre socavones, chabolas y detritus, se agujereaban los brazos legiones de yonquis esqueléticos. Al fin arribaron, sobrecogidos, al Depósito 2, en donde se atrincheraban los policías como vaqueros sitiados por comanches. 'Ahora ya sabe', le recomendó el agente cuando recogió el coche: 'Vaya pegadita a sus amigos, con la ventanilla subida y el seguro echado, todo recto y sin parar'. Eso hizo, y obviamente vivió para contar la historia. Yo la repito ahora, aún estremecida por esta sociedad capaz de castigar con todo rigor el aparcamiento en doble fila pero incapaz de detener a los narcotraficantes. Por esta policía que te pone tontamente en peligro y admite que no puede defenderte. Por este mundo delirante en el que hay terrazas veraniegas, y ley, y tranquilidad, en el centro rico del Madrid feliz; pero apenas 30 kilómetros más allá es el reino del dolor y la negrura. Hay otros mundos, pero están en éste.

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