Obras
Como una plaga. Ha sido llegar el mes de julio y empezar a aparecer zanjas por toda la ciudad, calles levantadas, polvo y ruido. Casi todos los años sucede algo parecido cuando llega el verano, pero da la impresión de que en esta ocasión estamos ante un esfuerzo especial, como si la alcaldesa quisiera celebrar de esta peculiar manera sus diez años al frente del gobierno municipal. Buena parte del centro de la ciudad está sometido en la actualidad a las máquinas y a las brigadas que abren las calles en canal. Circular por esas zonas se convierte en una odisea tanto para los peatones como para los automovilistas. Éstos sufren los atascos y la reducción del número de plazas de la ORA para aparcar, mientras que aquéllos se ven sometidos a las dificultades que las obras suponen a la hora de atravesar una calle, al ruido infernal y a las molestas emanaciones -polvo, calor, ruido y olor a gasóleo- que generan las máquinas y que se unen a las no menos desagradables vaharadas de calor húmedo que salen de las instalaciones de aire acondicionado de comercios, bares y oficinas. Hay un tercer grupo de afectados que incluye a los otros dos: el de las personas que trabajan en las oficinas y los despachos del centro, que se ven obligadas a sufrir el insoportable traqueteo mientras hacen una gestión telefónica o intentan concentrarse en un documento, después de sufrir lo mismo que los anteriores para llegar hasta el centro en coche o autobús y, desde el aparcamiento o la parada, andando hasta su lugar de trabajo. Y esto no ha hecho más que empezar, porque las previsiones indican que las obras se prolongarán hasta bien entrado el mes de septiembre, de acuerdo con el calendario pactado por el Ayuntamiento con las empresas responsables de las obras. Argumentan que el verano es la mejor época para llevar a cabo estos trabajos y quizá sea cierto. Lo que no se comprende es que, con lo que ha avanzado la técnica, todavía no se hayan descubierto métodos menos molestos, ni maquinaria menos ruidosa. Y tampoco se comprende por qué se permite que ciertas obras continúen por la noche, no ya en el centro, sino en zonas residenciales, como la que rodea a la antigua Facultad de Ciencias de Blasco Ibáñez, donde trabajan noche día.
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