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Cinco caras, cinco cruces

Cada candidato tiene en casa a su principal enemigo: su mayor virtud es también su principal defecto.

- Michael Portillo, de 48 años, ex ministro de Defensa con John Major, ha logrado cambiar en un tiempo récord su imagen de joven lobo thacherista para representar la renovación y las ideas de modernidad que han acaparado los laboristas. Pero precisamente la rapidez de ese viaje hacia el centro político y la evidencia de su ambición provocan desconfianza entre unas bases que tienen una media de edad de más de 60 años.

- Kenneth Clarke, de 61 años, ex ministro de Finanzas, del Interior, de Educación y de Sanidad, también lucha contra su propio perfil. Su centrismo europeísta le ha hecho renegar del nacionalismo derechista de los tories en la era Hague. Pero ese mismo europeísmo le resta posibilidades de convertirse en líder del Partido Conservador en una legislatura que puede estar marcada por el debate sobre el euro. Cuenta con su enorme prestigio personal, su larga experiencia de Gobierno y una trayectoria política coherente y sin sobresaltos.

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- Iain Duncan Smith, de 47 años, es el más conservador y euroescéptico de los cinco. Lord Tebbyt, uno de los guardianes de las esencias tories, le ha definido como 'un hombre perfectamente normal, casado y con hijos', en contraposición al perfil menos convencional de Portillo. Aunque carece de experiencia de Gobierno, nadie como él representa el retrato robot del buen conservador. Pero ése es precisamente su mayor lastre en un momento en que el partido parece necesitar un guiño a la modernidad.

- David Davis, de 52 años, es muy respetado en el mundo político por su trabajo al frente de la comisión de Cuentas Públicas de Westminster, pero es un gran desconocido para la opinión pública. Ésas son su cara y su cruz: no genera controversia, pero es difícil que arrastre el voto popular.

- Michael Ancram, de 55 años, pasa por ser 'un buen hombre' en un momento en el que el partido necesita, sobre todo, a alguien que vaya mucho más allá de la mera bondad personal. Asequible y sencillo pese a haber entroncado con la aristocracia, Ancram se distingue más por su carácter conciliador que por su carisma.

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