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Reportaje:

El grito del Loco Ratón

Una exposición recupera durante el mes de julio las instalaciones del parque de atracciones de Montjuïc

El Loco Ratón era tema de conversación en los patios de las escuelas. Lo era porque impresionaba. El Loco Ratón era una montaña rusa del parque de atracciones de Montjuïc que hincó el diente de las emociones de feria antes que lo hiciera de manera menos inocente el Dragon Khan. Tenía una célebre curva en la que nunca dejaban de oírse los gritos de pánico. En este punto, el visitante sentía la impresión de que su coche nunca iba a girar. Los rieles quedaban a la izquierda, pero la vagoneta continuaba adelante. Tras un momento en que la caída al vacío parecía inevitable -eso sí, con la imagen de postal de Barcelona de fondo-, un brusco giro de 90 grados congelaba la voz en un rápido descenso. Esta y otras muchas sensaciones pasadas flotan en el ambiente del ahora desolador espacio que ocupó el célebre lugar de diversión. Ahora vuelve abrirse sin sus atracciones, pero con un conjunto de intervenciones artísticas que horadan en la memoria de lo que fue. La exposición Ex parc d'atraccions, abierta hasta el 29 de julio (de 17.00 a 21.00 horas entre semana y también de 12.00 a 15.00 horas los sábados y domingos), es un viaje a la memoria personal y colectiva.

Sensaciones, olores y sonidos de las desaparecidas atracciones del parque

Parece mentira que un lugar de privilegio de Barcelona haya estado tanto tiempo abandonado. No quedan atracciones, aunque sí algunas construcciones que han sido aprovechadas por los artistas. La inauguración, el pasado jueves, aún ofrecía la posibilidad de encontrar algún pequeño recuerdo. En las inmediaciones de la caseta de obra de la tómbola -'siempre toca, si no un pito, una pelota'-, ocupada ahora por los dibujos de Alejandro Vidal, podían encontrarse piezas de arqueología urbana en forma de añejos llaveros. Pequeños vestigios que van dando consistencia a la intencionalidad de la exposición, que cuenta con una intervención sonora de Begoña Montalbán que reproduce los sonidos de un parque de atracciones. Ésta es quizá la instalación que da más consistencia a la exposición. Los sonidos se oyen en varias partes del parque y por un momento parecen ser preámbulo de una actuación de los Pecos, o de Serrat, o de Martes y Trece, o de alguna folclórica, todos ellos asiduos de los conciertos veraniegos en el auditorio del parque.

En la entrada, que se efectúa por el acceso de la plaza de la Sardana, encontramos el típico fotomatón de feria en un trabajo efectuado por Gino Rubert y Sergi Olivares. La evocación de los olores no podía faltar y Mònica Fuster ha utilizado la goma de mascar en su instalación. Quien no andaba muy satisfecho de su trabajo era Sebastián Rosselló. 'Yo soy escultor, aunque me he metido ahora a pintar'. Sus amigos no ponían objeciones a su trabajo. No había para menos, el artista recreaba los chiringuitos del parque con cerveza fresca, jamón, tacos de queso, guindillas y tortilla de patatas.

Eduard Arbós ha jugado en su trabajo con la idea del paso del tiempo. Un espejo recuerda a los visitantes que ahora ya no son lo que fueron. Connie Mendoza ha actuado creando una oficina que intentará recabar directamente del público información sobre su experiencia en el parque. La cuestión objetual ligada al parque la encontramos en el espacio de Mireia Sellarès en el que el visitante se puede sentar en viejas vagonetas de atracciones, o en la intervención visual de Luis Bisbe en la Casa Magnética, en la que todavía se conservan rastros tangibles de la inocencia de las atracciones de antaño.

Este recorrido expositivo, integrado en la trienal Art Report y cuya comisaria es Elena Vallet, también incluye obras de Dionís Escorsa, Erich Weiss, Sònia Fort Abad, Terry Smith, Mabel Palacín y Alberto Peral. Todos ellos reivindican con sus obras un espacio que parecía perdido para la memoria.

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