Ángeles del volante
Paras un taxi a las siete y media de la mañana para ir al aeropuerto. Estás baldado por una noche en la que el calor no ha remitido ni de madrugada. Tienes la sensación de no haber hecho más que dar vueltas en la cama y respirar el aire ardiente del asfalto. Cuando te montas en el taxi deseas íntimamente que el trayecto no acabe de estropearte el cuerpo y entonas la plegaria que todos los usuarios del taxi recitamos varias veces al día: 'Dios mío, que este señor que me ha de llevar al aeropuerto no conduzca el taxi a trompicones porque el triste café bebido que me acabo de tomar se me puede colocar para todo el día en la garganta. Dios mío, que no me hable de política, ni de Gil, ni de que el Atlético es como una religión, ni del lado bueno de Manzano, ni de lo que hay que hacer con los emigrantes, o con los terroristas, que no me hable más que lo justo. Dios, que no huela, sé que es una manía pequeño-burguesa, pero sería tan maravilloso que no fuéramos oliendo a sobaco hasta el aeropuerto, que este hombre hubiera tenido la delicadeza de ducharse esta mañana y echarse desodorante, ya sé que lo del desodorante puede considerarse una mariconada, pero sería tan de agradecer; sería mucho pedir, oh, Dios, que no llevara las dos radios conectadas a la vez y a un volumen insoportable, la de la señorita de radio-taxi sonando como un walkie-talkie y la de los contertulios de rigor opinando, sería mucho pedir que bajara un poquito el nivel de decibelios.
Dios mío, que no pite al de delante, aunque nos quedemos un momento atascados, porque me sobreviene una taquicardia innecesaria; que no insulte a otros conductores, ya sabemos que es una forma sana de descargar agresividad, pero que lo haga cuando se quede sin clientes; que no fume tan temprano; que no haga comentarios machistas sobre las mujeres que conducen, sobre todo cuando es mujer la cliente a la que transporta; que no se ponga de pronto a acelerar como un loco porque te provoca la segunda taquicardia innecesaria; que no te ponga cara de perro cuando considera que el trayecto que le indicas es demasiado corto; que no te ponga cara de perro cuando considera que el trayecto que le indicas es demasiado largo (que también pasa)...'
Esta oración iba recitando quien esto escribe la otra mañana, muy temprano, camino del aeropuerto, dándome prisa en mi plegaria porque quería que me diera tiempo a rezar otra que me sé de cara a los retrasos de los aviones, la huelga de pilotos y la pérdida de equipajes; en fin, para otro asuntillo, cuando va el hermano taxista, para en el semáforo de María de Molina y empieza a efectuar ese sonido que se hace cuando las personas quieren conseguir extraer de su interior un lapo histórico. Oh, Dios, me dije, cómo no se me ha ocurrido incluir esta horrible posibilidad en mi plegaria. El taxista bajó la ventanilla y expulsó el producto. Yo me dije: 'Afortunadamente, ahora entramos en autopista y el hombre no podrá seguir desahogándose'. Le había infravalorado, él sabía hacerlo con el coche a 140 por hora. Aunque no estemos de acuerdo en la práctica, hay que aplaudirle la habilidad. ¿Cuántas veces escupiría: siete, ocho...? Las suficientes para arruinarme el estómago toda la mañana.
Hay algo que me gustaría añadir en esta plegaria que ya es clamor entre los usuarios del taxi: 'Que sea mujer, que sea una taxista'. No es feminismo barato, los adictos al taxi saben que no: ellas se preocupan por oler bien, el interior del taxi está cuidado, no son tan agresivas a la hora de conducir, son infinitamente más tranquilas, con lo cual uno puede ocupar el tiempo en pensar o incluso en intercambiar algunas frases agradables con la señora conductora. Otra cosa más, por último, ¿por qué cada vez que se habla de los taxistas en los medios de comunicación, sobre todo en la radio, se tiene que decir cada tres palabras que también hay taxistas buenos? Qué cosa tan pueril. ¿Por qué no exigirle al gremio, además de que no timen a los extranjeros, que traten con más respeto a los clientes? Cuando trabajaba en la radio había como un acuerdo tácito para que no se diera caña a los taxistas, grandes oyentes y divulgadores de programas. Pero, ¿y lo que se decía fuera de antena? ¿No sería interesante que ellos lo supieran?
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