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En el límite

Tomo prestado este sugerente título de un reciente libro, por otra parte muy recomendable, en el que Giddens y Hutton figuran como editores, no para referirme, como allí se hace, al análisis de los profundos cambios sociales que se están produciendo en el capitalismo global, sino para aplicarlo a la relación entre globalización y territorios, es decir a la relación entre territorio, cultura, políticas públicas y desarrollo sostenible en un espacio mediterráneo frágil, sobreexplotado y sometido a fuertes presiones como es el valenciano. Sostengo que hemos llegado al límite y que es necesario hacer caso a las voces de colectivos ciudadanos que de forma creciente se van abriendo camino y a las recomendaciones de expertos y de la propia Comisión Europea sobre la necesidad de desarrollar una nueva cultura y una gestión más prudente del territorio.

Todos los Estados de la actual Unión Europea, incluido el nuestro, aprobaron en Postdam en 1999 unos principios directores de política territorial europea que vale la pena recordar: a) desarrollo de un sistema urbano policéntrico y equilibrado, reforzando la relación de complementariedad e interdependencia entre espacios urbanos y rurales; b) promoción de redes de transporte y de comunicaciones que permitan posibilidades de acceso equivalentes a las infraestructuras y al conocimiento a ciudades y regiones, y c) desarrollo sostenible, gestión prudente y preservación de la naturaleza y del patrimonio cultural, como forma de garantizar el desarrollo equilibrado y duradero y el mantenimiento de la identidad regional y de la diversidad natural y cultural de regiones y ciudades en la era de la globalización.

De los tres principios directores, el que ofrece mayor grado de incertidumbre a medio y largo plazo para el territorio valenciano es el tercero. Apenas ha trancurrido una década desde que se hicieran algunos diagnósticos. La propia Comisión Europea situaba a la Comunidad Valenciana -cito textualmente- '...en una posición vacilante entre desarrollo y subdesarrollo, entre reestructuración y dinamismo industrial, entre acentuar su vocación internacional o instalarse en un cómodo repliegue propiciado por las ayudas públicas, y entre control del medio ambiente y degradación ecológica acelerada...'. Un breve plazo que, no obstante, ha sido suficiente para inclinar la balanza del lado de la primera posibilidad en los tres primeros escenarios, pero que hace albergar dudas razonables sobre el cuarto si atendemos a la gravedad de algunos procesos de desestructuración del territorio y de deterioro ambiental de los que la Agencia Europea de Medio Ambiente se hace eco en su segunda evaluación hecha pública en 1998.

La degradación acelerada del medio natural, la sobreexplotación de recursos y la presión insostenible sobre determinados espacios periurbanos y litorales pueden comprometer seriamente las posibilidades futuras de desarrollo duradero y equilibrado del territorio valenciano a medio y largo plazo. Tampoco parece tolerable que algunas áreas rurales, pienso en la comarca de Los Serranos, sean utilizadas como el patio trasero, el vertedero, de la gran ciudad, y lugar de aprovisionamiento de recursos naturales de sectores industriales. El territorio no debe ser entendido como mero soporte físico de localización desordenada de actividades y asentamientos humanos, sino entendido y considerado como recurso, patrimonio cultural, legado, bien público y ámbito de solidaridad y de equidad. Como bien dice mi colega Oriol Nel.lo, el territorio debe entenderse como un conjunto de espacios de convivencia económicamente eficientes, ambientalmente respetuosos, funcionalmente viables y socialmente solidarios.

La ausencia de planificación territorial y de gestión integrada del espacio a escala regional, explica en gran medida la persistencia de estrategias de crecimiento desordenado y de modelos especulativos y depredadores del espacio en los que la dimensión territorial y medioambiental no tienen cabida más que, en todo caso, en aspectos retóricos o normativos, pero sin repercusión real alguna sobre el territorio. La escala tiene en este caso un significado importante. En ausencia de planificación territorial regional, centenares de estrategias fundamentadas en una ¿lógica? territorial local han dado como resultado procesos de crecimiento sectorial incompatibles con el concepto comunitario de gestión prudente del territorio. Es decir, el no-gobierno del territorio a escala regional ha desencadenado procesos cuyas consecuencias territoriales pueden ser imprevisibles, como consecuencia de decisiones tomadas en la escala municipal, carentes en muchos casos de una elemental lógica territorial inspirada en criterios de desarrollo duradero. Y en esta escala, las apelaciones al color político de las corporaciones no sirven para constatar diferencias sobre el terreno.

Los espacios litorales y periurbanos son la mejor muestra de ello. Espacios frágiles y sometidos a fuertes tensiones, son escenario de conflictos entre usuarios y actividades relacionadas con la demanda de espacio y otros recursos (especialmente agua), y de riesgos e impactos negativos sobre el territorio. Se generan conflictos entre usuarios y entre actividades económicas, se modifica la dinámica de costas y playas, se esquilman recursos y se provoca la desaparición de ecosistemas, complejos naturales y paisajes culturales. Hace mucho tiempo que reclaman una nueva cultura del territorio basada en la planificación y gestión integradas y en la coordinación entre administraciones públicas con competencias en política territorial, procurando superar la escala municipal para el diseño de la política territorial regional más equilibrada y sostenible.

El caso de L'Horta de Valencia es un excelente ejemplo. En este paisaje cultural de gran valor se está produciendo el proceso de difusión de población y actividades productivas. Territorio que es, a la vez, historia de las culturas, de la tecnología, de la organización social y de la agricultura, está en trance de desaparecer en ausencia de un marco legal de protección y de un gobierno del territorio a escala metropolitana. Al carecer de estos instrumentos de garantía de crecimiento ordenado de la ciudad real a escala metropolitana, se produce el avance espectacular e incontrolado de la urbanización, la localización desordenada y descoordinada de actividades industriales y de servicios, la contaminación de acuíferos y suelos y el trazado -discutible- de grandes infraestructuras. Y todo ello a costa de espacios de la Huerta.

En definitiva, la mejor cohesión territorial, elemento fundamental en ambientes mediterráneos como el valenciano, requiere de mejor coordinación entre planes territoriales de las administraciones comunitaria, central, regional y local y entre los principales planes sectoriales de gran impacto. Es la mejor garantía de un buen gobierno del territorio. El riesgo de deterioro medioambiental y de agotamiento de recursos, verdadero punto débil regional, de no mediar una gestión prudente del territorio, deben obligar igualmente a incorporar también el medio ambiente en la lógica económica y territorial. De esa forma cobraría pleno sentido el concepto de sostenibilidad entendido como un proceso de aprendizaje colectivo que hace compatible el crecimiento económico, el uso racional de recursos naturales, la mejora de los niveles de cohesión social y el respeto y la conservación de la herencia cultural.

Joan Romero es catedrático de Geografía en la Universitat de València.

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