Mutaciones
Cuenta Edna O'Brien en su biografía de Joyce que a éste le encantaba una vieja historia irlandesa que también yo encuentro maravillosa. Es la historia de un santo que paseando sobre el mar se encontró a Barra en un barco, y cuando éste le preguntó cómo era posible que caminara sobre las aguas, el santo le respondió: 'No es sobre el mar por donde ando, sino por un campo cubierto de flores'. Entonces el santo arrancó una flor colorada y se la lanzó a Barra; luego le preguntó cómo podía ser que su barco flotara en un campo y Barra hundió la mano en el agua y sacó un salmón.
En toda esta serie de prodigios, el mayor de todos ellos es el salmón, precisamente el elemento que mejor se ajusta a la situación real de partida. Lo real se transforma en maravilla en un recorrido circular que lo transfigura a través de diversas metamorfosis. Partamos de la situación inicial: el barco sobre la mar. O la mar desnuda, sólo la mar. Y el santo que camina sobre ella. Nada sorprendente, si pensamos que los santos pueden hacer esas cosas. Estamos acostumbrados a verlos caminar sobre el agua, el fuego o el aire. Pero, ¿cómo sabemos que un hombre que camina sobre el agua es un santo para que ese hecho deje de sorprendernos? La respuesta es muy obvia: porque no puede ser otra cosa, luego lo mejor es dejarlo caminar tranquilo. Si Barra se hubiera atenido a esa simple premisa, no hubiera preguntado nada y nada hubiera sucedido.
Los santos son entes reales que pueden hacer ciertas cosas sin que ello nos lleve a engaño. El problema de Barra estriba en que cuestiona esa realidad, y a partir de ese momento todo lo real queda en cuestión y comienza a transfigurarse en busca de un estatus de realidad que sólo consigue alcanzar en un nuevo estadio. ¿Puede un hombre caminar sobre las aguas? Ésa es la pregunta que se hace Barra y que priva de realidad al dato inicial, pues no se trata de un hombre, sino de un santo. O si planteamos la situación a la inversa, es decir, desde el punto de vista de Barra, diremos que lo que éste hace es obviar lo maravilloso para dar entrada a lo real. Pero ahí reside el prodigio, porque esa cuña de realidad pone en marcha un proceso en el que la búsqueda de realidad no hace sino crear maravillas. El datum negado de entrada se acomoda, y finalmente es la realidad inicial la que se ve negada como tal. Si el santo es un hombre, el mar sobre el que camina ha de ser un campo, y si el mar es un campo lo que parece fuera de lugar es el barco. Luego es Barra quien ahora debe caminar en sentido contrario y transformar. Ahora es Barra quien se transfigura en santo y ha de convertir el campo en mar y la flor en salmón. De esta manera, la realidad emana de un milagro.
Y la realidad que emana de un milagro es la más hermosa, la más digna de ser vivida. Y nace de una pregunta. Si 'el santo que camina sobre las aguas' hubiera sido aceptado en su natural obviedad, no habría habido historia, ni prodigios, ni hubiéramos asistido al milagro del salmón. La pregunta sobre la realidad transforma esa realidad y transforma a quien la formula. Barra, que no reconoce la santidad, se convierte él en un santo milagrero. Cuestión de lenguaje, sí, pero no sólo de lenguaje, sino de cruce de éste con lo que no es el lenguaje. Lo que queda fuera de éste es tenaz, aunque es su resistencia la que crea el milagro. El lenguaje, la pregunta de Barra, exige un acomodo, y un hombre debe caminar sobre la tierra. Pero ese santo que es ya 'un hombre que camina sobre la tierra', no por ello deja de ser un santo, puesto que para convertirse en hombre ha tenido que hacer un milagro, transformar el mar en tierra y a Barra en santo.
La fuerza de la pregunta ha modificado todos los nombres y a quienes los enunciaban. Sin que éstos dejen de ser lo que son y reafirmen en sus sucesivas enunciaciones su estatus, sin embargo, su condición inicial se ve también metamorfoseada. La pregunta adecuada es, por lo tanto, la que da vuelo a lo real y lo hace deseable; la que intercambia a los interlocutores sin impedirles seguir siendo lo que son: el santo y el marinero. Si Barra hubiera preguntado: ¿puede un santo que camina sobre el mar extraer un salmón con la mano?, la fuerza del milagro no hubiera transfigurado lo real. Para lograr esto último, es preciso cuestionar la realidad de forma correcta, de manera que se la obligue a mostrarse. Tal vez sea eso lo que tengamos que aprender.
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