Atentado en Madrid
ETA intentó asesinar ayer a un hombre en Madrid. En un documento intervenido en 1991, la dirección de la banda valoraba las ventajas de cometer atentados en la capital de España argumentando que los efectos publicitarios y psicológicos son mayores. El documento fue reproducido por los periódicos el 18 de octubre, un día después de que ETA colocara en el madrileño barrio de Aluche tres bombas lapa que segaron la vida de un militar e hirieron a otro miembro de las Fuerzas Armadas y a una madre y a su hija, Irene Villa, de 13 años.
Poco después de aquellos atentados, un destacado miembro de esa organización, conocido por el alias de Kubati y condenado por el asesinato de Dolores González Catarain, Yoyes, amonestaba desde la cárcel a sus compinches sobre el error de haber colocado las tres bombas en lugares cercanos entre sí, lo que había permitido 'que hubiera cámaras para grabar lo sucedido. Si sólo se pone una, cuando llegan las cámaras normalmente ya han sido evacuadas las víctimas. Si se desean (sic) poner más, que sean (sic) en zonas distintas. Parece una tontería, pero debemos fijarnos en esos detalles...'.
Algunas cadenas de televisión ofrecieron ayer imágenes del general Justo Oreja cuando era atendido por los transeúntes, minutos después del estallido de la bomba que los terroristas habían colocado en una bicicleta, y que afectó también a una quincena de viandantes. Los que activaron el explosivo al paso del militar tuvieron forzosamente que ver que numerosas personas circulaban por el lugar en ese momento. Pero los terroristas están entrenados para no ver sino objetivos. Sin embargo, los teóricos que con tanta frialdad evalúan la eficacia del asesinato para sus objetivos, y los que a distancia tranquilizan la conciencia de los anteriores, deberían ver esas imágenes de televisión: mutilar a un militar (o a una niña de 13 años) no es defender la autodeterminación, sino mutilar a un hombre llamado Justo Oreja, de 62 años (o a una adolescente llamada Irene Villa).
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