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Columna
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Vacaciones

Félix de Azúa

En verano hay que ser feliz, así que escribamos columnas amables. En la carretera, abierta no sé si por Primo de Rivera o por Prat de la Riba, y conservada intacta, como si fuera de Gaudí, hoy he contado, a la altura de Serra de Daró o de Parlavà, porque ya ni sabía dónde estaba, dos camiones de gran tonelaje (pero grande), detrás de un tractor, detrás de cinco ciclistas, detrás de una hormigonera, detrás del autocar de la Sarfa, detrás de un autobús belga rebosante de turistas asfixiados. Al final, muy al final, veníamos sobre cien automóviles, todos encantados de que las carreteras se conserven tal y como fueron creadas por Dios, con dos carriles estrechitos, sin arcenes, con cuneta y para trasiego de borricos. Íbamos felices y algunos pasajeros caminaban junto al automóvil, conversando con el conductor por la ventanilla.

Pero la diversión del verano no somos los borricos. Aquí tenemos un espectáculo de cerdos. No porque caigan apestados, sino porque en la tele aparecen las granjas donde se alojan. ¡Caracoles, qué granjas! Por un motivo nunca aclarado en el Parlament, donde los socialistas se afanan en poner mociones de censura a todo el mundo menos a ellos mismos, resulta que en Cataluña salimos a cerdo por alma. Pero el cerdo, dada su identidad, no tiene nada mejor que hacer en todo el santo día que deponer. Puede deponer, y depone. Gracias al industrioso sistema excretorio de los seis millones de cerdos, media Cataluña está contaminada, aunque no parece ser ésta una preocupación parlamentaria. Sólo algunos ecologistas, como el Grupo de Defensa del Ter, considera que está feo dar de beber agua con nitratos a los contribuyentes.

Ahora bien, el espectáculo no son los cerdos, sino algunas granjas de cerdos que hemos visto en los informativos. La cochiquera de tocho visto, cubierta de uralita troceada, bidones abollados, neumáticos leprosos y demás cochambre, es ideal como vivienda del rico industrial porcino, pero muy insalubre para el cerdo, que es bestia sensible y algo intelectual. Total, que los cerdos no es que enfermen, es que se suicidan. Y dentro de poco, cuando beban agua, también comenzarán a suicidarse los turistas belgas del autocar. No saben dónde se meten.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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