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LA CRÓNICA
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

'Chanson' con duende

Todos tenemos un pasado. Yo, por ejemplo, estuve en un ascensor con Gilbert Bécaud. Ocurrió a mediados de los ochenta y tengo testigos: un diseñador industrial catalán para quien trabajaba entonces en calidad de mediocre pero voluntarioso administrativo. Estábamos en París para participar en el Salón Internacional del Mueble, una exposición mucho más interesante que la Feria del Libro y que culminó con el aterrizaje masivo de la expedición española en el lujoso Maxim's, que desde entonces, tras los desperfectos ocasionados en la zona de servicios, ya no ha vuelto a ser el mismo.

Nos alojábamos en un hotel de tropocientos pisos y no menos ascensores, cerca de la última planta, desde la que podía contemplarse la magnífica vista de la ciudad asfixiada bajo un manto de niebla y nubes tan grises como su asfalto. Entramos en el ascensor. A punto de cerrarse las puertas, apareció Gilbert Bécaud, enfundado en una especie de mono impermeable, cromado, para motoristas extraterrestres o bailarines del ballet de Giorgio Aresu. Mi jefe y yo nos miramos y, traducido, el mensaje que intercambiamos visualmente fue más o menos éste: 'Aquest paio tan estrany és el Gilbert Bécaud, oi?'. El chansonnier tenía la cara castigada por los liftings y un peinado que parecía alojar diversas generaciones de laca okupa. Por el altavoz sonaba música de ascensor que, como indica su nombre, suele ilustrar los ascensores. Durante unos segundos, temí que empezara a sonar una versión para violines del mítico Et maintenant, pero Dios es sabio y nos ahorró semejante castigo. Bécaud llevaba un maletín de asesino a sueldo que, fruto de los efectos devastadores de una mala alimentación y de algunos excesos que no vienen a cuento, imaginé lleno de jeringas con sueros revitalizadores y otras drogas de eterna juventud. Bécaud era alto, y cuando salió del ascensor ni siquiera nos dijo au revoir, lo cual me hizo sospechar que ya no lo vería nunca más.

Eso es lo más cerca que he estado nunca de la chanson française. Sin embargo, este movimiento me viene acompañando desde que tengo uso de razón. Con el tiempo, he ido observando que, aunque quedan unos cuantos forofos de la chanson, aquí los cantautores franceses no tienen demasiado éxito y se la traen floja al personal, que suele preferir a Parchís o Cristina Aguilera. Aburridos, sosos, pedantes, trascendentales o simplemente franceses son algunas de las acusaciones que persiguen a los Léo Ferré, Charles Aznavour, Jacques Brel, Barbara y tantos otros. Sólo Moustaki se salva de la quema, quizá por el rollo mediterráneo que se trae entre manos y su pinta de ibicenco vendedor de pulseras exiliado en Cadaqués, siempre a punto de darte sablazo o leerte la mano. Y de los modernos, el francés que más suena es Manu Chao, probablemente porque canta en español.

Pues bien: para combatir esta resistencia a lo francés y dejarse llevar por el poder poético de la chanson, acaba de editarse un disco muy recomendable titulado Chanson flamenca. La cosa consiste en adaptar al español y con aires flamencos 12 canciones francesas, algo que ya hicieron en su tiempo los Gipsy Kings con aquel A mi manera de Claude François. La feliz iniciativa lleva el subtítulo de Homenaje flamenco a la canción francesa y el ideólogo es Fernando Deleyto, que ha contado con la colaboración de Manuel de María, Pedro Ojesto y Norbert Kalfon. Precio: 2.695 pesetas. Entre las canciones más conocidas está el Non, je ne regrette rien, de Edith Piaff, interpretado por Eva Durán, y un desgarrado y contenido Con el tiempo (Avec le temps), vivido por la escalofriante catalana Montse Cortés. ¡Cómo le hubiera gustado esta versión a Ferré, tan gitano él, tan amigo de Toti Soler! ¡Cómo habría disfrutado con su forma de susurrar 'como se arrastran los perros/ con el tiempo/ todo se olvida'! El mítico Le metèque se convierte en El extranjero, Moustaki en Guadiana. Charles Aznavour está interpretado por Enrique Heredia, Negri, que se marca una Bohème en imperfecto y sentido francés, y por Manuel de María. Y Juañares le pone, por soleá, voz a Ne me quitte pas, de Jacques Brel, sin conseguir los fantásticos resultados de aquel colombiano, Yuri Buenaventura, un cromo que en su día me pasó, con su habitual capacidad para el hallazgo, Jordi Puntí. ¿Y las existencialistas Feuilles mortes de los abueletes de Saint-Germain? Que no cunda el pánico: se mueven con la corriente que levanta Ana Salazar y, a causa de una adaptación discutible, se convierten en 'las huellas del amor de los amantes / que separan sus destinos'. Me dejo llevar. Subo y bajo por el ascensor de la memoria, compartiendo viaje e hilo musical con monstruos sagrados y aspirantes a Manitas de Plata, aquel anfetamínico guitarrista amigo de Picasso que, según tengo entendido, veía amanecer junto con Brigitte Bardot (¿o era Jeanne Moreau?). Y para terminar suena, como una jam-session bilingüe, el C'est si bon, fantástico colofón: 'Qué bueno es/ pasear bajo el sol/ abrazaditos los dos/ cantando una canción./ C'est si bon / si lo digo en francés / y no se me entiende bien/ diré ¡qué bueno es!'.

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