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A la sombra de Durero

El reparto vocal de Los maestros fue, en conjunto, bastante correcto, con destacadas actuaciones de René Pape (Pogner), A. Schmidt (Beckmesser), S. Rügamer (David), K. Kammerloher (Magdalene) y W. Brendel (Hans Sachs), y menos afortunadas de C. Höhn (Eva) y Francisco Araiza (Walter), un tenor mozartiano excepcional en su día, que ha perdido brillo y consistencia, lo que no impidió que dejase más de un detalle de clase.

Lo más conseguido de la puesta en escena de H. Kupfer viene de la dirección de actores. Utiliza, como en Tristán, una estructura giratoria como decorado único, presidido por unas reproducciones de Adán y Eva de Durero, y aglutinando diferentes muestras de arte alemán. La eficacia se impone, en cualquier caso, a la estética. Unos rascacielos de fondo, con perspectiva atormentada, acercan la obra al tiempo del espectador. El simbolismo domina en una ópera a la que le sienta bien el realismo. No acaba de cuajar.

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Más allá del bien y del mal

Los maestros cantores no se representaba en España desde la década de los ochenta: en Madrid, en el teatro de la Zarzuela, en 1982, con los cuerpos estables de la Ópera de Leipzig (Alemania); en el Liceo de Barcelona, en 1989, con los encantadores decorados de Josep Mestres Cabanes y en un momento sensacional del coro, entonces dirigido por Romano Gandolfi; las grandes dificultades de reunir una orquesta y coro potentes y un elevado número de solistas la hacen especialmente aconsejable en la visita de una compañía invitada. Por eso, ha sido oportuna la decisión de la Ópera de Berlín de traerla a Madrid en su segunda temporada en el Real. No es una obra de repertorio, al menos por ahora, que justifique una nueva producción propia.

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