Afilando
Me escama tanta bruma. Quiero decir esta casi nada en la que parece adormecerse un país que tenía tantas cosas pendientes. Lo que fue frenesí se deshace en un blando extravío, y aquella explosión de fuerza acumulada deja caer su inercia, que se desperdiga en un desconcertado desgaste. Sumidos en algo así como en un estado post estrés, lo recién vivido es un fantasma que no nos abandona ni nos deja ocuparnos de otras cosas. Pero este desguace del ánimo puede resultar peligroso, pues así como los cambios de intensidad de la luz ciegan o nublan, también el paso desde una actividad intensa a otra de bajo umbral puede nublar nuestro criterio y hacernos pensar que no pasa nada, cuando pueden estar pasando cosas importantes. Cabe, incluso, que además de los ánimos sean otras muchas cosas las que estén siendo desguazadas.
Intuimos que todo se ordena hacia un acontecimiento que iniciará su andadura en octubre. Me refiero a la Conferencia de Paz organizada por Elkarri, un affaire en que algunos depositan muchas esperanzas. Habrá, por supuesto, traca escénica, pero nada habría que objetar contra la pirotecnia si no sospecháramos que ha de ir acompañada de una acotación de los discursos válidos. La traca tendrá su resonancia -mediática, por supuesto- y se nos atronará con palabras límpidas que traten de resolver negocios sucios. Quien pretenda ver algo de suciedad tras tanta limpieza será anatematizado. ¿O será demonizado? Imposible tarea demonizar a los demonios, ya que demonizados sólo pueden serlo los ángeles. ¿Entendemos ahora por qué se decían demonizados quienes tanto se quejaban al menor suspiro? Porque se sabían ángeles. Los nuevos demonios no serán demonizados, sino abandonados al infierno, del que en realidad nunca han salido.
Y tomen nota quienes tanto hablan de 'divisiones acorazadas', como ese colectivo de guisantes que nos ofreció hace unos días una rancia ensalada trompetera en la prensa. Podrían mirar un poco hacia lo que ocurre en los medios públicos de esa Euskal Herria que es tan suya, razón por la que afirman que no quieren -ni podrían- vivir en ninguna otra parte. ¡Como si les rondara ese fantasma! Tal vez haya que recordarles que entre 'quienes impulsaron el proyecto de avasallamiento', algunos hay que tampoco quisieron y que, pudieran o no pudieran, no han tenido más remedio que aguantarse. Curiosa actitud la de estos meapilas que, conjeturando lo imposible como posibilidad, anulan una realidad amarga: la de que hay mucha gente que se ha tenido que ir a vivir a otra parte.
Pero este mamporrerismo del diálogo no ha hecho más que empezar. Se trata de la monserga necesaria para preparar el Gran Acontecimiento. Y de allanar el camino para que resplandezca tanto que sea la luz única. Ya lo dijo Anasagasti: hay que desactivar. Sí, hay que desactivar todo lo que moleste, y en eso se andan seguramente bajo esta aparente calma chicha, en la que, como les es habitual, hacen del tiempo de espera su baza más privilegiada. Y para desactivar, recurren siempre a los mismos procedimientos. O bien salpican con el hisopo fondos reservados por doquier, o bien le encuadran a uno en la milicia, con acorazados o sin ellos. La intención siempre es la misma. Se trata de crear simetrías, y de inventarse otro ejército donde no lo hay, un fantasmal ejército que sólo presenta bajas. En la antesala del diálogo hay que desarmar. Y nada más fácil que desarmar a quienes no tienen armas, sean pacifistas, periodistas o la UPV. A quienes realmente las tienen...
Pero esperemos a ver lo que da de sí el Gran Acontecimiento, tan recaudadamente popular y como a espaldas de la siesta del Gobierno -¡qué inicio de función!-. Y esperemos antes la investidura del lehendakari y su declaración de intenciones. Mientras tanto, centrémonos, y hagamos de la espera un arte. No es bueno el desaliento, pero tampoco desperdigar fuerzas. Quizá nos convenga contarnos cuentos para que, cuando lo que se prepara en la recocina aflore, estemos frescos para valorarlo y saber lo que se nos viene encima. Hasta entonces sólo cabe afilar. La inteligencia, claro.
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