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VISTO / OÍDO
Columna
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Abajo el consenso

Parece, por las averiguaciones de la SER, que Zapatero está ligeramente por debajo de Aznar en la opinión pública, tras varios meses de estar por encima. Será interesante que él lo compruebe y, sobre todo, que saque consecuencias. Es costumbre política negar lo adverso: es muy mala. Condujo a Aznar al enorme error de las elecciones vascas, que ha dado la vuelta a la cara política del país: ahora es cruz. Este misterioso seductor, esta sirena sin cola, arrastró al propio Zapatero, y ahora le desplaza. Porque tengo pocas dudas de que esta levísima caída, que no parece corresponder con las cifras de su partido, viene de aquel grave consenso, empezando por el famoso pacto 'por la Libertad y Democracia' o por 'el Estatuto y la Constitución', con el enemigo equivocado; y de todo el vocerío donde la palabra y el sentido común naufragaban. Y siguen: es una obstinación sin autocrítica.

Ahora esa depuración (que a veces fue siniestra) no está de moda. Ni autocrítica, ni confesión, ni contrición, ni arrepentimiento, ni rectificación, ni reconocimiento. Después del silencio de asombro y dolor de la caída del burro, vuelven todos a lo mismo. Por aquel tiempo pensaba yo que lo que peligraba era el PSOE en España por el arrastre hacia esa derecha, que continúa. La política de consensos es una negación más de la democracia. Los grandes temas han de discutirse en el Parlamento, con las enmiendas totales o parciales del pensamiento ajeno al Gobierno. Ya se sabe que en la situación actual la discusión no puede tener resultado porque la mayoría absoluta es un absolutismo consentido (como casi todos): pero la oposición tiene un valor fundamental que no puede abandonar, y es el de hacerse oír y que su opinión ayude a mucha gente a entender las cosas.

Ayudar a resignarse es sólo cosa de curas. Puede que ese hurto de las discusiones y la 'luz y taquígrafos' que pedía Prieto no se haga sólo por el consenso, sino porque de todas maneras la opinión no va a conocerla: las televisiones, los periódicos y las radios, salvo excepciones (y temo que en el asunto vasco, sin ninguna excepción), sólo dan de las sesiones los atracos verbales, y no el contenido. Hasta el punto de que se puede pensar que no hay contenido.

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