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Columna
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Corpus

José Luis Ferris

El pasado domingo, la coincidencia de la procesión del Corpus con la salida de la Cabalgata del Ninot creó un pequeño retraso en el programa festivo alicantino. Nada grave, claro está, pero resultaba curioso contemplar inmaculadas filas de niños ataviados de blanco eucarístico, mientras las aceras se poblaban de grupos incontrolados de charangas disfrazados de todo lo imaginable, desde vacas locas a indios del salvaje oeste. Nadie sabe hasta qué punto resulta conciliador y sorprendente que una tradición eminentemente religiosa conviva sin perjuicio con una celebración popular y lúdica como las Fogueres de Sant Joan. Recurriendo una vez más a la Historia se podrá comprobar cómo en los años de afianzamiento y mayor esplendor de la fiesta del fuego, la llamada Edad de Oro de aquellos gloriosos 30 de José Amat, Lorenzo Aguirre, Manolo Baeza, Gastón Castelló y Amparito Quereda, las manifestaciones religiosas pasaron a mejor vida por imperativos tan obvios como la llegada de la II República y la voluntad de un alcalde, Lorenzo Carbonell, de gran calado popular que, pese a todo, supo intervenir con energía para que la reliquia de la Santa Faz no fuese objeto de extorsión. Tras la contienda civil, la Jefatura de Propaganda del Movimiento en Alicante creyó conveniente la restauración de la fiesta, pero llenándola de una pátina de nacional-catolicismo e imponiendo sus símbolos en carteles, llibrets y estandartes. La concatedral de San Nicolás era un lugar de obligado cumplimiento para las gentes de la fiesta que homenajeaban bajo su bóveda a la patrona y a San Juan Bautista. Incluso en 1943, la enorme influencia religiosa permitió que la celebración del Corpus Christi alterara completamente las jornadas festivas, desplazando la tradicional noche de la cremà del 24 de junio al día 29.

Pese a todo, la procesión del Corpus adquirió luego una irrelevancia que la Associació d'Estudis Folclòrics ha tratado de restaurar con imaginación y rigor. Sin duda, es toda una conquista de la modernidad y del buen entendimiento que niñas con vestido de pomposa transiten junto a Toro Sentado por la Rambla alicantina.

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