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Columna
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Cuervos

No hay que echar mano de las hemerotecas para recordar las enconadas críticas que el PP dedicó en su día a la Ciudad de las Ciencias de Valencia, la más espectacular de las iniciativas socialistas. Tanto es así que, apenas se aposentó de la Generalitat el hoy partido gobernante, emprendió la ingente y afortunadamente imposible tarea de volatilizar el incipiente proyecto en ejecución y, de haber estado a su alcance, sembrar de sal ese solar para que no quedase vestigio alguno. Después del intento fallido y un mucho circense, se optó por modificar en lo posible su diseño y denominación quitando y añadiendo elementos a fin de apropiarse del invento, borrando la memoria de sus promotores originales.

Uno de esos nuevos elementos fue el Palacio de las Artes, cuya silueta va ahormándose lentamente colindando con el gran costillar museístico de Santiago Calatrava. Por el momento, poco o muy poco ha trascendido acerca del destino, gestión y costes de este ambicioso coliseo parido por el calentón de una gente poco reflexiva. Poco reflexiva, decimos, porque cada día es más dudoso que este armatoste inmenso de hormigón armado venga a cubrir una necesidad o abra nuevos horizontes a los que puede nutrir con total solvencia técnica y capacidad el Teatro Principal. Así lo juzgaba estos días pasados en el Club Jaume I el profesor José María Cervera, una batuta valenciana acreditada en los fosos y podios de las mejores formaciones musicales del mundo. Una opinión cualificada, que no es la única y que subraya la alegre improvisación a que aludíamos.

Como de nada sirven los lamentos, lo que ahora ha de preocuparnos, en tanto que usuarios potenciales y contribuyentes forzosos, es el futuro que se pespunta para este tinglado cuya dirección, presupuestos y funcionamiento ya ha concitado la voracidad de no pocos candidatos o cuervos a quedarse con el santo y la peana. Que se sepa, y por ahora, la parcela artística se le ha encomendado a Helga Schmidt, de la que, además de sus méritos profesionales reconocidos en el universo del bell canto, consta que reside en Madrid, recibe en el Ritz, cobra más del doble que el presidente de la Generalitat y algún rato que otro se deja caer por estos pagos.

Pero a partir de ahí, todo es susceptibilidad y alarma provocada por los rumores que adjudican las prebendas en función de las adhesiones a la causa popular y los sólidos anclajes en el organigrama partidista de Madrid. Una práctica ésta, la de parachutarnos genios en paro, que habría de moderarse antes de resultar escandalosa y por supuesto que mortificante. Porque se comprende que el referido Palacio de las Artes exija personal altamente cualificado para tareas específicas y que únicamente se encuentren en el mercado foráneo. Pero que no nos fastidien repartiendo prebendas para atender labores para las que sobra y basta el censo indígena. Otra cosa es que, a tenor del recetario al uso, se encomiende a la empresa privada la explotación del palacio y sea ésta la que arriesgue sus dineros, algo que sólo desde la inopia o la ingenuidad puede pensarse, pues a la postre siempre es el erario público el que acaba pagando el pato, que en este caso puede alcanzar cifras delirantes. No es cuestión de sacar la pistola cuando nos hablen de la gran ópera que nos aguarda, pero tentémonos el bolsillo y evoquemos a los causantes de este disparate.

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