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Columna
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Desierto

Las cuatro de la tarde y no se oyen ni pájaros, sólo el respirar del aire acondicionado. Los primeros calores llegan callados, pesados y deslumbrantes de una luz que envuelve como la soledad del desierto, una palabra que nos sobrecoge porque oímos rumores de que se acerca poco a poco y tememos que nos abrace inexorablemente.

Tendrá alguna razón de ser ese peligro que nos amenaza, y serán muchos los motivos para ello, algunos de los cuales no los podemos evitar y otros los tenemos tan cercanos y concretos como son los coches que necesitan aparcamientos que son incompatibles con los árboles. Árboles grandes, de importante presencia, cuya desaparición nos sorprende un día cualquiera, tras preguntarnos por el desagradable aspecto que presenta una calle y percibir que quedó desnuda, sin sombra y sin verde; o encontrarnos andando entre sol y sombra, como un ajedrez, una calva sí y otra no, entresacados los árboles para hacer sitio a los coches. Y no parece que haya remedio.

Muy oportuna resulta la exposición del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo sobre el desierto, con su belleza, su misterio y su desolación. Merece la pena el vídeo que proyectan antes de entrar en la exposición. Todo es interesante. Se recorren paisajes de arena y piedra sin horizontes, lugares en los que, a pesar de la aridez y la dificultad, está el turismo presente, lo que no deja de ser un tema muy de nuestro interés; quién sabe si de nuestro futuro. En las fotos se busca una belleza espectacular: kilómetros y kilómetros de dunas lisas o estriadas formando enormes curvas perfectamente delineadas, como cintas blancas y negras, de sombra y de luz. Alguna que otra persona o camellos siguiendo caminos indescifrables en el inmenso mar ardiente y seco. También hay vegetación a su manera, muy especial, entretejida espesa de finas ramas secas y en grandes extensiones porque no tienen problema de aparcamiento. Por ser tierra de nadie, de vez en cuando sirve de basurero, con restos de muebles y camiones despedazados; o de cementerio para esqueletos de camellos. Son muchos los desiertos que allí aparecen, tan fascinantes como demoledores. Para darnos que pensar y que mover y, sobre todo, que plantar.

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