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LA CRÓNICA
Columna
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De Vallbona al cielo

Barcelona no es ciudad de miradores. Los que hay están en las montañitas vecinas: Montjuïc, Vallvidrera... ¿Pero en la misma ciudad? Oigan, ni que Barcelona fuera Lisboa. Claro que Ciutat Meridiana tampoco es que sea mucho Barcelona, la verdad. A veces incluso parece no existir, no sale en los mapas. Está tan en un extremo que no sale a cuenta. Ni siquiera en recuadrito aparte, como en los mapas de España con las islas Baleares y las islas Canarias. Mencionamos Ciutat Meridiana porque allí nos fuimos una mañana de este final de primavera, a comprobar el estado del nuevo mirador del paseo de Vallbona, a ver qué se veía. No olvidemos que dicha zona ha estado tradicionalmente abandonada de la mano de Dios y de las autoridades. El barrio de Ciutat Meridiana fue fruto de una promoción oficial llevada a cabo en la década de 1970 acompañada de toda la parafernalia propagandística del régimen. Se construyeron los bloques, se los bautizó como 'Zona residencial de la Font Magués' (nombre que duró tanto como la aparición de la primera mancha de humedad, es decir, poco) y se empezaron a llenar de gente a partir de 1965. Casi sin servicios, ni infraestructuras. Ahora es diferente, tienen un paseo con mirador de diseño. Ah, y pronto el metro, el ansiadísimo metro. Además, Ciutat Meridiana es un barrio con puerta. Cuidado, no todos pueden decir lo mismo. De acuerdo que la puerta no es más que el puente del ferrocarril, pero en la práctica es lo mismo. Nada más entrar se encontrarán con la plaza Roja. No se asusten, son remanentes de otros tiempos. Si le preguntan a cualquier chaval del barrio, probablemente responderá que dicho nombre es un homenaje a la caja de bombones de Nestlé. En la misma plaza giran a la izquierda y enseguida se sitúan en paralelo con la Meridiana, pero unos 15 o 20 metros por encima de ella. Allí empieza el paseo de Vallbona y con él, el mirador.

El diseño ha llegado al paseo de Vallbona, en Ciutat Meridiana: un impoluto mirador se abre al brutal cruce de autopistas y, más allá, a Santa Coloma

Y oigan, después de un año de obras, aquello es Hollywood: color blanco Calatrava, farolas de diseño, bancos de último modelo y una barandilla ideal para apoyarse y mirar. A cuatro pasos de antiguos chalecitos ahora destartalados, al lado de casas que las autoridades de hace 30 años llamaban eufemísticamente autoconstruidas. Y la verdad, verse, lo que se dice verse, muchísimo. La vista se nos perdía a lo lejos, por encima del entramado autopistero. Colinas suaves y onduladas, más allá del valle, claveteadas por grandes edificios de colores. Desde la lejanía, esos primeros barrios de Santa Coloma y Badalona parecían un bonito anuncio gigante de Titanlux. Animados por la vista, nos fuimos al instituto de enseñanza media Pablo Picasso, al principio del paseo. Hablé con el director, le pregunté si la llegada del diseño al barrio se había notado en algo. Me dijo que para diseño, el del metro, tantos años esperando y ahora que llegaba les partía el instituto literalmente por la mitad: pasará exactamente por en medio. También es mala suerte: Tres años de obras en perspectiva. Instituto rico, instituto pobre. Me callé la boca y volví al sueño, volví al mirador. Tan moderno, él. Y por lo que parecía, tan solo. Por no haber, no hay ni cacas de perro. Ni pintadas. Será el blanco fulgor de lo nuevo. Me senté al lado de un par de ancianos con gorra que tomaban el sol primaveral. El banco estaba orientado hacia el horizonte, pero ellos miraban al suelo. Al preguntarles por qué el bonito paseo mirador estaba poco concurrido, uno de ellos me respondió que el paisaje ya estaba antes. Y que bajando a mano izquierda, unos particulares criaban conejos y gallinas y les podías comprar huevos frescos recién puestos. Y ahora ya no. Y que si antes no iban para mirar, para qué iban a ir ahora que el paisaje siempre era el mismo. También tiene razón. Su compañero me dijo que no había para tanto, que cuando las obras de la unión del anillo de la Trinitat con las autopistas, tuvo mucho éxito la colocación de uno de los puentes. El mirador se llenó de gente. Daba gusto. Hasta vinieron los de la tele a filmar... Continué caminando en dirección a la Trinitat Nova. Por más que dijera el primer anciano, el espectáculo del trenzado brutal de autopistas con el principio de la naturaleza y los últimos bloques de la ciudad es electrizante. Y ello, gracias a la altura y a la amplitud de 180 grados que da el mirador. Es la perla del distrito de Nou Barris. Que por cierto, son muchos más: Vallbona, Ciutat Meridiana, Torre Baró, las dos Trinitats, Roquetes, Canyelles, Guineueta, Verdum, Prosperitat, Porta, Cases Barates, Turó de la Peira, Vilapicina i Torre Llobeta. Nombres que más de un barcelonés no habría oído en su vida de no ser por la rumba de Barcelona de Gato Pérez. ¿Se acuerdan? Música, maestro: 'Somorrostro, Bon Pastor, Hostafrancs, La Guineueta, Sants, Carmelo, Guinardó, Poblesec, Barceloneta. Meridiana, Hospitalet, Sant Adrià, Verdum, Roquetes...'. Apoyados en la barandilla, al final del mirador, nos hemos puesto sentimentales. Miré a mi izquierda y los dos viejos ya no estaban. Miré a mi derecha y me asaltaron nombres como Aiguablava, Fenals, Vall d'Aro, Platja d'Aro, S'Agaró, Palamós, Garbí, Sa Tuna... ¿Entramos en la Costa Brava? No, es el callejero de la Trinitat Nova. Otro sueño virtual.

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