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Columna
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La General y sus colchones

En plena controversia sobre el futuro de El Monte y de San Fernando, y mientras el terremoto que precede a la unificación de las cajas sacude como una semilla dentro de una maraca el cerebro de los consejeros generales de aquí y de allá, la Caja de Ahorros de Granada, que preside Julio Rodríguez, se dispone a celebrar -y hemos dicho bien, celebrar, pese a los vientos melancólicos o devastadores que soplan- la apertura de su nueva sede, un edificio cúbico y anodino pero cómodo y funcional, en el que ha invertido unos 4.000 millones de pesetas. Pero si es sorprendente que alguna caja de nuestra comunidad tenga en estos días inciertos algo que festejar, es más pasmoso que frente al desconcierto universal en Granada reine un sólido acuerdo entre todos los partidos políticos, los sindicatos y los empresarios, y que este acuerdo contradiga las órdenes emanadas del partido gobernante para unificar las cajas y acallar cualquier discordancia.

En Granada todos apuestan por que La General continúe en solitario, como lo ha hecho a lo largo de más de un siglo, y como un refrendo de esta convicción van a celebrar, con Manuel Chaves como invitado, la mudanza del viejo edificio de la Plaza de Villamena a otro situado en la periferia. El vuelo libre de La General hay que razonarlo, más que por estudios y prospecciones económicos que aconsejen este camino, mediante argumentos simbólicos, pues eso es La General, un símbolo de la ciudad tan respetado como la Virgen de las Angustias, la Alhambra o el pico del Veleta.

Granada, pese a ser tan conservadora, o quizá por eso, ha ido perdiendo los emblemas de una rancia hidalguía provinciana: un gobierno militar, la percepción fantástica de ser de la capital cultural y otro títulos enaltecedores. Ahora, cumplido el siglo XX, no está dispuesta a ceder al torbellino de la caja única a su General, que es como una madre ubérrima a la que sus hijos confían sus ahorros y, a cambio, contrapresta favores imbuidos en un aire de misterio. ¿Cómo, si no por un misterio insondable y fraterno, se explica que media Granada duerma, y haga el amor, en esos magnífico colchones de látex que La General financia como una diosa de la abundancia o que miles de hogares luzcan en los testeros principales del comedor unos historiados platos con ribetes nazaríes? ¿Cómo tracionar, ay, a quien facilita el colchón y el decorado?

Estoy convencido de que los productos que las cajas ofrecen a sus clientes a cambio de imposiciones en las cartillas o cuentas retratan a los usuarios. Así mientras ciertos bancos ofrecen cristalerías de Murano, La General regala una sartén especial para cocinar suculentas tortillas de patatas. La caja de Granada es, en efecto, una especie de matrona omniescente, arraigada al territorio como la manzanilla de la sierra y que, si pudiera ser encarnada en una figura, podría salir en procesión como la Virgen de las Angustias, arropada por el pueblo y por sus autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Es un bastión puro y racial, un remanente del pasado que tira hacia el futuro con calma y disposición y que, en medio de la ordalía, brinda por el cambio de basílica.

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