El corazón a la izquierda
Tradicional patraña de la izquierda es creerse brújula de la moral: así, ser socialista equivaldría a ser bueno, generoso, solidario; ser liberal, en cambio, malo, egoísta, insolidario. Por tanto, en la medida en que Tony Blair es liberal, es desalmado, pero, en la medida en que es socialista, es benigno. Al ser las dos cosas a la vez, es Margaret Thatcher con rostro humano, eficiente como un liberal (¡sólo esa gélida cualidad se nos reconoce!) y cariñoso como un socialista. Algunos británicos dijeron hace tiempo que es como la Thatcher sin el bolso. Pues bien, todo esto tiene mucha gracia, pero es un camelo.
En materia de principios no cabe reivindicar desde el antiliberalismo ninguna primacía moral, porque no hay ética sin libertad. Cuando los intervencionistas propician mayores impuestos con objetivos redistributivos no exhiben solidaridad, sino apego a la coacción, que no es genuinamente democrática y no es moral ni justa ni necesaria para el progreso político, económico y social. Su moralina tribal, en verdad incompatible con la sociedad abierta y el Estado de derecho, es lo que lleva a la sistemática fantasía de atribuir vicio a la libertad y virtud a la coerción; por eso se habla de capitalismo salvaje, y jamás de socialismo salvaje; por eso se considera un referente moral a José Saramago, que despotrica contra los grandes almacenes, pero aplaude la dictadura de Fidel Castro.
No digo que no pueda haber socialistas que amen la libertad; sólo señalo la dificultad del socialismo liberal, la contradicción de quienes defienden a la vez más libertad y menos, más propiedad privada y menos, más Estado y más mercado, más justicia y más justicia 'social'. Tampoco digo que la confusión socialista comporte la claridad de sus adversarios políticos: véase la bochornosa reacción del PP ante el flat tax del PSOE. La práctica política de la izquierda puede ser ingeniosa y audaz.
Lo que ha sucedido con Blair es que el ser humano tropieza con la misma piedra dos veces, pero no dieciocho, y dieciocho fueron los años en que la revolución liberal-conservadora mantuvo a los laboristas en las tinieblas exteriores. Pero hasta los izquierdistas aprenden, y Blair no hizo más que recorrer la senda que años antes trazó Felipe González al superar las bobadas del marxismo y el intervencionismo extremo; dejó González un fleco doctrinal importante y quizá insoluble desde la socialdemocracia, los impuestos, y allí es precisamente por donde Rodríguez Zapatero acomete la respiración boca a boca que requería un PSOE ideológicamente agonizante. Por cierto, siempre me ha divertido que la izquierda aluda despectivamente al neoliberalismo, como si fuera ésta una doctrina llamativa por lo mutante; si los liberales cambiamos de opinión, ¡qué decir de los socialistas!
Es claro que Blair ganó apoyándose en el mensaje liberal. Cuando le preguntaron a la mismísima Dama de Hierro si Blair era su heredero respondió: 'Bueno, al menos no ha retrocedido al viejo socialismo radical, gracias a Dios'. Es verdad, y se lo debemos a ella. Ahora bien, como los criterios de los socialistas no están claros, no sabemos qué rumbo tomarán; por ejemplo, Blair ha dicho que no es partidario de castigar fiscalmente a los ricos porque se fugan; es decir, por una cuestión expediente, no principal, no es que esté a favor de impuestos bajos en cualquier circunstancia. Cuando dice ahora que se va a 'concentrar' en los servicios públicos, ello puede significar cualquier cosa, desde corregir las privatizaciones ampliando y desregulando aún más los mercados y bajando costes hasta subir los impuestos.
¿Qué sucede en la derecha? Su falta de alternativa resultó evidente y se tradujo en la abstención más elevada desde 1918. Los tories erraron en su defensa de la libra, cuando el propio Blair quiere someter el asunto a referéndum y sabe perfectamente que el voto laborista no es un voto al euro. En vez de apostar por el liberalismo, que fue lo que los llevó al triunfo con Thatcher, los conservadores prometieron copiosas subidas en el gasto público, pero bajadas en los impuestos; lo que no puede ser, no puede ser, dijeron los electores británicos, y además es imposible.
Para cuadrar la tonta mezcla centrista según la cual el socialismo mejora al liberalismo hay que invertirla: no es que el liberalismo será tanto mejor cuanto menos liberal sea, sino que el socialismo será tanto mejor cuanto menos socialista sea.
Carlos Rodríguez Braun es catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense.
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