Cuatro huesos en un pudridero
Penosos fueron los últimos años de Pedro Antonio de Alarcón. Recluido en su finca de Valdemoro pasa los días leyendo prensa, sin apenas levantar la vista ni dirigirse a nadie. Se siente deprimido y el motivo es lo de menos: el fracaso de La pródiga, que él atribuye a una 'conspiración de silencio', su salud quebrantada, su apatía por todo. La Pardo Bazán, que le saluda en el Ateneo meses antes de su confinamiento, confirma su precariedad física y deterioro mental. El caso es que, cuando redacta su testamento, pide ser enterrado en fosa común, sin distintivo ni nombre alguno, y esto hace por 'promesa y penitencia'. A los albaceas les faltó valor para cumplir voluntad tan extrema -que achacaron a su depresión clínica-, supliéndola por tumba anónima, la 2.752 de la madrileña sacramental de San Justo, donde ha permanecido 110 años.
Nadie ha sabido nunca la causa de tal promesa y penitencia, y es irrespetuoso fundar hipótesis sin móvil convincente, que no existe en este caso. Alarcón -es lo más que puede decirse- recrudeció sus escrúpulos de conciencia sintiendo aproximarse la última hora, y pedía que le leyesen El escándalo, una paráfrasis de su propia conversión al catolicismo, que consideraba su mejor obra. Pero lo que no permite dudas es su deseo de ser enterrado junto a su madre, que yacía en Guadix. Su relación, por otra parte, con su pueblo natal fue la de múltiples escritores para con su tierra de origen: una tensión entre el amor nostálgico y la reticencia desdeñosa, alternancia de entusiasmo y reproche muy frecuente en los caracteres impulsivos. Alarcón expresó no una sino varias veces, por carta y de palabra a sus familiares próximos, su deseo de ser enterrado en Guadix, ciudad a la que se sentía ligado por razones sentimentales y literarias, así como de índole pública -fue varias legislaturas parlamentario-, y a la que vuelve asiduamente, aun después de sus berrinches ocasionales, en visitas esporádicas. Si su última voluntad fue la consignada en testamento, bien es cierto que permite, al cabo de tantos años, un resquicio al menos de duda ante el cumplimiento de tan rigurosa punición. Ni la promesa ni la penitencia pueden ser motivos razonables para el olvido definitivo de sus restos.
Fue con este ánimo, y cumpliendo la voluntad expresada de su nieto Miguel Valentín de Alarcón poco antes de que falleciera, que la corporación accitana inició los trámites para el retorno de sus restos mortales, con el fin de que reposasen junto a su madre en la ciudad natal de ambos. El tránsito contó con la aquiescencia de la alcaldía madrileña, la colaboración de la Casa de Granada en Madrid y el plácet de la Real Academia Española. Atestiguo que su acogida en Guadix fue calurosa, en respetuoso y emotivo acto que congregó a la ciudadanía de Guadix en paz y concordia. Y que no existió afán de protagonismo por parte de ningún edil de las tres formaciones que componen el Consistorio, antes bien una actitud decorosa y sobria, habiendo sido consultados al efecto y participando -algunos de ellos, sin distinción de procedencia- tanto en el viaje como en los actos mismos.
El alcalde, lógicamente, hubo de hablar al pueblo que le ha elegido. No se trata, pues, del prurito oligofrénico por exhibirse -la clase política- e invadir competencias que corresponden a la intimidad familiar y al ámbito literario. No lo hubiéramos consentido ni el veterano periodista Tico Medina ni quien esto escribe, a los que se nos pidió que interviniéramos con unas palabras; como tampoco la oposición municipal ni los ciudadanos de a pie, que en punto a su paisano tienen -como se comprenderá- una conciencia estricta. En ningún instante aquello fue un lucimiento. Y puesto que un escritor no es 'cuatro huesos de un pudridero madrileño' (EL PAÍS Andalucía, 14 de mayo de 2001), la intención ha sido en todo momento velar por su obra, para lo cual se ha puesto en marcha un Centro de Estudios Alarconianos. Ello ya está asentado, a iniciativa de la corporación accitana y el apoyo de distintas entidades.
Antonio Enrique es escritor granadino.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.