El estupor de la UE
Tras el rechazo de Irlanda al Tratado de Niza en un referéndum en el que se impuso la abstención, los Quince y la Comisión Europea dan muestras preocupantes de estupor: no saben qué hacer, salvo no tocar una coma del tratado. Los ministros de Exteriores, reunidos ayer en Luxemburgo, se comprometieron por escrito a no renegociar el texto que consagra la ampliación europea. Aunque todavía sea demasiado pronto para garantizar una salida, los Quince parecen inclinarse por una declaración adicional que ponga especial énfasis en la neutralidad de Irlanda -se supone que el desarrollo de una política europea común de seguridad y defensa alimentó el no-, a fin de que el Gobierno de Dublín pueda salvar la cara y convocar un nuevo referéndum.
La preocupación ha empezado a cundir entre países candidatos como Hungría o Polonia, que han pedido una señal clara sobre la ampliación. Pero el propio anfitrión del próximo Consejo Europeo en Gotemburgo, el primer ministro sueco, Goeran Persson, considera que el proceso de ampliación se puede ver 'retrasado o entorpecido'. El embrollo irlandés añade nuevos elementos de indefinición a una Unión Europea cuyos 15 mandatarios recibirán el jueves en Gotemburgo, después de la cumbre de la OTAN y de su visita a España, a un presidente Bush que parece saber lo que quiere. Ésta no es la Unión Europea que pretende hablarle de tú a tú al presidente de la hiperpotencia.
La UE se está volviendo maestra en el arte de eludir los problemas en vez de afrontarlos. Así, ante las preocupaciones de Aznar que tanto ruido armaron sobre los efectos de la ampliación al Este en la política de cohesión, los ministros de Exteriores se han limitado a tomar nota de la perogrullada de que la ampliación 'tendrá consecuencias para todos los Estados miembros y para el funcionamiento y el desarrollo de las políticas de la Comunidad'. Y se pide indirectamente que la Comisión tenga en cuenta las preocupaciones españolas con vistas a las próximas perspectivas financieras a partir de 2007, cuando Aznar había exigido en su memorándum que el problema se resolviera en el curso de las negociaciones de adhesión. Para este viaje no hacían falta alforjas, aunque estuvieran cargadas de buenas razones: que entren países más pobres en la UE no puede significar que las regiones más pobres de los Quince se queden fuera de la política de cohesión.
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