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Columna
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Progresividad

Cuando se va a cumplir su primer año al frente de la ejecutiva socialista, el equipo de Zapatero comienza a transmitir una clara impresión de seguridad. Es verdad que se estrenó con impropios titubeos, como aquel globo sonda del socialismo libertario cuya candorosa ingenuidad les acarreó la rechifla general. Pero luego empezaron a elevar el vuelo, y así es como han venido cosechando sus primeros éxitos. El más decisivo fue, sin duda, el pacto antiterrorista firmado con el Gobierno, que, aunque parezca haber fallado al no ganar las elecciones vascas, sin embargo, ha vencido perdiéndolas, al obligar al PNV a rectificar. Hace poco se anotaron otro triunfo al acordar con el ministro Acebes el trascendental Pacto por la Justicia, que promete modernizar por fin la función jurisdiccional. Y ahora, el propio Zapatero acaba de apuntarse el triunfo de marcar la agenda, al tomar la doble iniciativa de proponer una reforma fiscal y un diseño para Europa, ante la parálisis gubernamental. Ya era hora, pues, hasta hoy, la oposición socialista parecía impotente y resignada, viéndose incapaz de evitar el despótico arbitrismo gubernamental, cuya ejecutivitis centralista se ha puesto de relieve en temas como la Ley de Extranjería, el Plan Hidrológico, las leyes de reforma de la enseñanza, la cruzada antinacionalista o la congelación del Senado como Cámara territorial. Y además, el PSOE tampoco ha sabido marcar sus propias señas ideológicas de identidad, confundido por dudas que se debaten entre el socialliberalismo de la tercera vía, el jacobinismo afrancesado y un elitista republicanismo de corte menos civil que académico. Por eso es de agradecer que ahora, como para responder a la acusación de ausencia de ideas que muchos le veníamos formulando, Zapatero haya tomado la iniciativa de poner sobre el tapete una apuesta tan arriesgada, al abrir el debate de la progresividad fiscal.

Es todo un hallazgo, que mantendrá encendida la polémica para mucho rato. Se trata de una cuestión técnica (la de si se puede sustituir la vigente escala de gravamen de los ingresos del trabajo en seis tramos progresivos por un tramo único con mínimo exento sin pérdida de progresividad), en la que no soy competente para entrar. Pero sí discutiré la cuestión política esencial, que es la progresividad. ¿Es progresista reducir o incluso anular la progresividad en la imposición directa? ¿Resulta legítimo (aunque hoy parezca inconstitucional) sustituir la progresividad por un solo tipo impositivo igualitario y universal? Arriesgaré una respuesta afirmativa a estas preguntas, defendiendo la hipótesis de que la progresividad podría ser considerada como ilegítima desde el punto de vista formalista de la igualdad ante la ley.

Y para razonarlo propongo dos argumentos. El primero es la equidad, pues no parece justo que las rentas del trabajo estén más gravadas que las del capital, ni tampoco que los ingresos de los asalariados, los funcionarios y los profesionales públicos (como periodistas, escritores o artistas), contratados en régimen de transparencia fiscal, tengan que pagar proporcionalmente más impuestos que los propietarios, los empresarios, los directivos blindados y los profesionales privados (como agentes, médicos o abogados), todos ellos fiscalmente opacos. Aunque he de advertir, para evitar equívocos, que mi tipo impositivo actual, como profesional público, supera el vigente tipo medio, por lo que yo saldría beneficiado con el cambio que propone Zapatero.

El otro argumento es más abstracto, pues se funda en la libertad negativa y el universalismo de la ley, que prohíben al Estado confiscar discrecionalmente los bienes de sus ciudadanos. El dilema del free rider exige que todos los beneficiarios paguen una parte alícuota del coste de los bienes públicos. De ahí que todos estemos obligados por igual a pagar impuestos. Pero que a unos se les obligue a pagar proporcionalmente más impuestos que a otros resulta una confiscación ilegítima, que atenta contra los derechos civiles de los perjudicados. En este sentido, los tramos progresivos parecen un jacobino retorno a los estamentos del despotismo ilustrado, dado que segregan a los ciudadanos discriminándoles fiscalmente con privilegios negativos. La guerra fría hizo que las democracias se camuflasen de Robin Hood, pero ahora ese disfraz ya no resulta legítimo, pues el fin no justifica los medios. Por eso me gusta la idea de Zapatero, pues su tipo único evita este escollo confiscatorio, combinando la progresividad efectiva con el igualitarismo formal.

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