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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Neoliberalismo y sexo

En Francia, las menores abortan sin el consentimiento paterno; la ley sólo obliga a que las chicas en trance vayan acompañadas de una persona mayor de edad. Eduardo Haro Tecglen celebró en su día esta conquista de la libertad y la juventud, no sin apostillar que 'no puede haber nada más imbécil que el hecho de que la menor que aborte en Francia tenga que ir con un mayor de edad, sea quien sea...'. Vaya todo por Dios. Confieso que a mí, las razones del agudo periodista Eduardo Haro, se me quiebran de puro sutiles (Amor libre, EL PAÍS, 2-12-2000).

No conozco con detalle esa ley francesa, pero que una criatura embarazada se presente en la clínica acompañada de alguien (por ley), lejos de ser una restricción de su libertad me parece una ampliación de la misma. Una cierta garantía con la que reforzar en la práctica su flamante derecho legal. A esas edades se es, en general, muy vulnerable; y no digamos hasta qué punto, ante la toma de una decisión que en muchos casos es traumática. Sola la menor en la clínica, puede verse sometida a la presión de un profesional antiabortista o de un entorno hostil al aborto. Este dilema ético, aborto sí, aborto no, permanece muy vivo en la cultura occidental y aunque desigualmente repartido entre ideologías, ninguna se libra de posturas antagónicas, como quedó demostrado en el Parlamento portugués. (Hubo votos conservadores a favor del aborto y votos socialistas en contra). Así que perturbadas por sentimientos contradictorios, como suelen estarlo las todavía casi niñas embarazadas, será más fácil hacerlas cambiar de opinión si no llevan al lado una guardia pretoriana. Puede que los legisladores no pensaran en posibles presiones, sino, simplemente, en el apoyo moral que supone un rostro amigo, amable y mayor, en un trance así. Que la altanería y la firmeza de una quinceañera no es a menudo más que protección de cartón piedra y se viene abajo al primer mandoble.

El sexo no es asunto menor. Políticamente es mucho más poderoso que el pan y circo de los romanos; y en nuestros días, la religión como opio del pueblo, que durante toda la era cristiana fue sustituto eficaz del panis et circenses, se bate en caótica retirada ante la embestida del 'sexo frío' (Vargas Llosa). Si va acompañado de drogas y alcohol, el cóctel es fulminante. Ya no hay necesidad de suprimir el pensamiento político. Es harto discutible que la promiscuidad sexual fuera la causa o una de las causas mayores de la decadencia de casi todas las civilizaciones estudiadas por Toynbee. El dato, sin embargo, siempre está presente, según este historiador . (Sea como fuere, llegados a este punto me importa aclarar que las uniones de hecho, homosexuales o no, nada tienen que ver con la aceptación o el rechazo del amor libre. El amor entre dos personas del mismo sexo no es una práctica licenciosa y no supone peligro alguno para el statu quo del signo que sea).

He dicho líneas arriba que ya no hay necesidad de suprimir el pensamiento político. Quise decir que el sexo ya no tiene dueño, a pesar de ciertas resistencias del conservadurismo y de las que el señor Haro Tecglen cita algunas ('... en Londres, la Cámara de los Lores y la Iglesia anglicana...'). Pero esas resistencias no son más que un tributo residual al sexto mandamiento, y eso, sobre cuestiones puntuales que todos sabemos que van cediendo y cuyo derrumbamiento es cuestión de pocos años. En España el PP, a pesar de algunas prohibiciones formales, le ha dado más cancha al sexo libre que el PSOE. Buen ejemplo de ello son las respectivas campañas contra la seguridad en la práctica de relaciones sexuales entre adolescentes. Mientras el PSOE venía a decir 'póntelo, pónselo', si lamentablemente tienes que hacerlo, el PP nos mostró a una madre risueña que, viendo al chico de turno desde la ventana se limita a preguntarle a la hija adolescente si acaso no se le olvida algo: el preservativo. Aquí hay precaución... y complicidad. Mientras tanto, el centro alemán prohibía un espectáculo de Madonna y lo mismo hacía la socialdemocracia británica.

Las costumbres sexuales, la percepción que el ciudadano tiene de la sexualidad, es lo que en definitiva cuenta, no el peaje hipócrita que todavía se paga a las tradiciones creadas y/o mantenidas por la institución religiosa. Esta levanta sus quejas y la institución política hace como que escucha y de vez en cuando arroja un trozo de carnaza. Los obispos andarían más atinados si se dirigieran a la fuente: el poder económico. Cierto que no obtendrán más que buenas palabras, pero siempre se queda uno más tranquilo hablando con el dueño que con el administrador. Escaso consuelo, pero que se lo pasen por las manos.

El neoliberalismo económico necesita, como el aire que respira, satisfacer a una clientela que con anterioridad ha creado en detrimento de otra. Ahora reconsidera, presionado por las organizaciones cívicas (ONG) y por lo que ve con sus propios ojos: el desastre ecológico, el demográfico y todos los efectos colaterales. Aquí murió Sansón con todos los filisteos, empiezan a decirse algunos asustados amos del mundo. Con todo, si le ponen remiendos suficientes a la de otro modo segura catástrofe, no será renunciando a producir y venderle a su clientela productos útiles y, sobre todo, inútiles. Esto es la razón de ser de la nueva economía. Para que se sostenga, es necesario perpetuar y fortalecer un clima social. Un milieu en el que, entre otros elementos, está incorporada a manos llenas la libertad sexual. Exactamente el sexo frío y deshumanizante al que se refiere Vargas Llosa.

En un mundo de púdicas doncellas e inhibidos varones, el segmento del gran bazar que saldría perjudicado sería suficiente como para arrastrar tras de sí el resto. No hay consumo a gran escala sin libertad dirigida y sin la atomización y deshumanización resultantes. El neoliberalismo económico estaría abocado al fracaso si en lugar de por una masa de objetos humanos tuviera que hacer frente a una clientela de seres humanos.

En lo que al sexo se refiere, conservadores y progresistas -con matices vergonzantes- en la práctica se apuntan a lo mismo. Es un opio que adormece a todos y ahí está el mayor intríngulis. ¿Que genera contradicciones? Son ya nidos de antaño.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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