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Reportaje:

Juan XXIII 'regresa' al Vaticano

La Santa Sede expone el cadáver del 'Papa bueno' a los 38 años de su muerte

Estaban en primera fila los dos. Caterina Capitani, la religiosa milagrosamente curada por intercesión de Juan XXIII (según las actas de su beatificación), y el médico embalsamador Gennaro Goglia, gracias a cuyo líquido milagroso el Papa bueno regresó ayer a la plaza de San Pedro convertido en una reliquia de tamaño natural. Goglia pudo contemplar desde su sitio, no lejos del altar instalado en la plaza, el cadáver del Pontífice, vestido de sedas y terciopelo carmesí ribeteado de armiño, majestuoso e irreal, a través del cristal sutilísimo de la urna especialmente construida para contener sus restos. Los diez litros de líquido antidescomposición inyectados en los tejidos de Juan XXIII el día de su fallecimiento, hace 38 años, han mantenido el cadáver entero, sí, pero plastificado, con una apariencia de enorme muñeco. El rostro recubierto de cera acentuaba aún más la sensación irreal.

Así se presentará a partir de ahora a los ojos de turistas y fieles el humilde Angelo Roncalli, en un hueco acondicionado para él bajo el altar de San Jerónimo, en el interior de la basílica de San Pedro. Toda una paradoja para un Pontífice que no tuvo nunca especial veneración por las reliquias. Juan Pablo II lo recordó en su homilía al citar una frase del Papa beato: 'A veces las reliquias de los papas y de los santos son poca cosa, lo que queda es su recuerdo y sus rezos', dijo Karol Wojtyla, luchando contra el viento que agitaba su casulla roja, el color de la fiesta de Pentecostés.

A los 38 años exactos de su muerte, ocurrida el 3 de junio de 1963, a los 82 años de edad, el Papa que revolucionó la Iglesia convocando el Concilio Vaticano II fue objeto ayer de un homenaje único en la historia litúrgica del catolicismo, una especie de misa fúnebre precedida por una solemne procesión, para subrayar el traslado de su cadáver desde la gruta vaticana hasta la basílica de San Pedro.

En su nuevo sepulcro será venerado más como un santo patrón que como uno de los grandes pontífices de la historia del catolicismo. La urna, adornada con rosas amarillas y blancas (los colores del Estado Vaticano) fue paseada en un carro fúnebre escoltado por 16 empleados vaticanos por toda la plaza ante las 30.000 personas que asistieron al acto, retransmitido por el primer canal de la RAI. El Papa celebró ante los restos de su antecesor una misa solemne y recordó la importancia de Juan XXIII no sólo 'por la singular estación eclesiástica' que fue el Concilio Vaticano II, con el que 'el Jubileo apenas concluido está en plena sintonía', sino por 'su vida, ejemplo de santidad', dijo Wojtyla.

Con la celebración de ayer, Juan Pablo II complace a un importante sector de la curia romana y de la feligresía que no vio con agrado la ceremonia del 3 de septiembre pasado, cuando el Pontífice hizo beatos a dos papas opuestos, Juan XXIII y Pío IX, el último Papa rey, exponente de una Iglesia cerrada sobre sí misma, atrincherada en principios exclusivistas y siempre condenatoria. El Papa bueno y el Papa malo frente a frente, beatos los dos en un mismo acto por voluntad de Wojtyla, venían a componer una imagen quizás real de la Iglesia católica, pero demasiado igualitaria a los ojos de los seguidores de Roncalli, coronado en vida como santo y un ejemplo de bondad papal de los que la Iglesia no está muy sobrada.

El cuerpo de Juan XXIII es mostrado al público durante la ceremonia celebrada en el Vaticano.
El cuerpo de Juan XXIII es mostrado al público durante la ceremonia celebrada en el Vaticano.ASSOCIATED PRESS

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