Muertos y muertos
El gran éxito de los políticos es haber conseguido erigirse con el beneplácito de periodistas, tertulianos y escritores de columnas en la única realidad. Mientras la política ocupa el noble espacio de la sección nacional, la miserable vida cotidiana queda relegada a la de sucesos. Supongo que hurtar la realidad, o suplantarla, o reducirla a sus propios trabajos, forma parte de la tarea del político. Al fin y al cabo a los parlamentarios se les paga para que transformen la realidad, y no hay mayor transformación de la realidad que hacerse pasar por ella. Pero tan perjudicial como confundir la realidad con la política es aceptar con naturalidad esa extraña jerarquía que los medios de comunicación aplican a las noticias. A estas alturas no descubro nada nuevo si digo que en los noticieros hay muertos de primera y muertos de segunda categoría; que un accidente aéreo en Nigeria tiene menos interés que otro sucedido en Estados Unidos; o que unos judíos sepultados por los escombros en Israel constituyen un documento de mayor valor periodístico que unos moros ahogados en el Estrecho.
Aquí en España también hay muertos y muertos. La semana pasada Juan Bonilla se enfadaba en su columna andaluza de El Mundo no porque las televisiones hubieran prestado tanta atención al último asesinato de ETA, sino porque ese derroche de minutos hacía más sangrante el escaso espacio concedido a la última víctima del otro terrorismo, el doméstico, caída también en esas fechas. Es tan obvio, como señalaba Juan Bonilla, que buena parte de la fuerza destructora de ETA radica en la publicidad de sus acciones, que uno no puede dejar de preguntarse por qué los medios de comunicación insisten en cubrir minuciosamente, en ocasiones durante días, una acción que es tanto más efectiva cuanto más se habla de ella. Sobre todo cuando al mismo tiempo se relega a la sección de sucesos la barbarie del homicida de Salamanca, que apuñaló a su mujer y a su hija, o se ignora al sujeto que en Almería trató de estrangular a su mujer con la correa del pantalón. ¿En virtud de qué principio es más digna de atención periodística la quema de un cajero automático en un pueblo de Bilbao? ¿Se trata de crear en la sociedad un estado de ánimo indulgente con las discutibles acciones policiales que pudieran producirse en el futuro? ¿Se trata de fomentar en el ciudadano la sensación de inseguridad para cultivar su confianza en la seguridad de las instituciones? ¿O se trata simplemente de no perder índices de audiencia o cuotas de mercado?
El otro día la magistrada Inmaculada Montalbán, miembro de la Comisión Violencia de Género de Jueces para la Democracia, nos recordaba en estas mismas páginas (EL PAÍS Andalucía 31-5-2001) que el número de mujeres asesinadas por sus maridos en lo que llevamos de año dobla la cifra del pasado por estas fechas. Aunque el terrorismo doméstico causa hoy por hoy más víctimas que el terrorismo de ETA, el asesinato de una mujer por su marido no produce la misma consternación que un atentado; los periodistas cubren la noticia para la sección de sucesos, y los políticos no asisten al sepelio. No son muertes políticas. Son muertes de segunda.
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