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Columna
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Los órdagos de Zaplana

Los expertos en las entretelas del Palau de la Generalitat aseguran que el entorno presidencial teme como un pedrisco de verano las pausas viajeras del molt honorable. Goza o gozaba de cierto sosiego -digo de su entorno- mientras Eduardo Zaplana se aplicaba a sus singladuras europeas o españolas y rumiaba la opción acerca de una tercera legislatura en el cargo. Pero tenemos la impresión de que tácitamente ha deshojado ya la margarita y, resignado, se ha puesto a la faena electoral, dando un nuevo impulso a sus equipos de trabajo. Se acabó, pues, la paz rutinaria y quien más quien menos en la sede del Gobierno siente que le han puesto un cohete en el trasero.

Prueba de ello ha sido la serie de órdagos casi simultáneos con que el jefe del Ejecutivo nos ha pasmado estos días. En una primera andanada resucita el segundo Plan de Modernización y Racionalización de la Administración Pública y promete instalar de hoz y coz al País Valenciano en la sociedad de la información. Todos, pues, a Internet, como quien nos invita a ir a la nieve. Será así o no será, pero nadie puede negarle al presidente que ha puesto el dedo en una de nuestras lagunas más notorias. En este aspecto, Europa nos lleva una tremenda ventaja e incluso estamos distanciados del promedio español. Para recuperar el atraso se prometen millones a espuertas. El profesor Manuel Castell, que es un genio en la especialidad y acaba de ser nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Valencia, bendeciría sin duda la propuesta.

Sin respiro casi, se airea la proyectada reforma de la Ley de la Función Pública, de la que el consejero Carlos González Cepeda dará cuenta esta semana en las Cortes. Poco se sabe sobre esta misión casi imposible, excepción hecha de que una novedad de la norma contempla retribuir al personal según su rendimiento. Los sindicatos, y no sólo ellos, como gatos escaldados, temen que se abra una espita a la arbitrariedad. Sin embargo, y sin prejuzgar su aplicación, hemos de convenir que un día u otro habrá de ensayar el modo de premiar el rigor, la dedicación y el trabajo bien hecho. Hay fórmulas objetivas que permiten evaluar el rigor y cumplimiento. El café para todos según categorías es un agravio odioso y una invitación a la holganza. Además, pulsando la productividad es posible que la Administración pondere la eficacia de los 600 millones anuales que invierte o derrocha en formación del funcionariado.

Y por último, como masclet inesperado, en plena convención de autocomplacencias partidarias con motivo de los seis años de gobierno popular, el presidente anuncia que se propone acabar con la precariedad laboral de más de 25.000 interinos que trabajan para la Administración. ¡Vaya órdago, y de los buenos! Cierto es que esta bola de nieve se prolonga y agranda de una legislatura a otra y ha de tropezar con la voluntad política que la frene y normalice. El problema es cómo, siendo así que estabilizar profesionalmente tan colosal colectivo neutraliza la expectativa de los aspirantes a trabajar en la función pública y también la de los funcionarios en orden a traslados y promoción. Y eso por no hablar de la mies numerosa que es beneficiaria del amiguismo, clientelismo, parentela y etcétera. ¿Habrían de ser premiados todos y por igual mediante una ley de punto final? Confiemos en que el presidente, que parece haber pactado con la providencia, sepa cómo atar esa mosca por el rabo.

El corolario de tan ajetreada semana, como sugeríamos, nos aboca a la conclusión de que Eduardo Zaplana ha renovado las pilas para asumir una nueva legislatura y, a más corto plazo, ha puesto el listón bien alto para el nuevo equipo de gobierno que decante la crisis en ciernes. A propósito de la misma, algún malicioso asegura que el próximo Consell contará con una Consejería de Industria, o dejará de ser clandestina la que ahora figura con esa denominación en el organigrama.

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