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Reportaje:

Carvalho cocina a Montalbán

París acoge un espectáculo con textos y recetas del escritor español

Hace años que los teatros se han convertido en templos culturales, que el silencio y la oscuridad son norma cuando arranca la representación. Sólo los rockeros, que dejan que nos movamos, que bailemos en busca de compañía, o los chicos de grupos como Els Comediants o La Fura dels Baus, que dudan entre invitarnos a una fiesta mayor o al apocalipsis, rompen con el rigor paralítico de las plateas. Yvon Chaix, director de teatro instalado en Grenoble, propone resucitar otros placeres asociados a los de la escena, y lo hace de la mano de Manuel Vázquez Montalbán o, mejor dicho, de las recetas de Pepe Carvalho.

Chaix ha tomado prestados una serie de textos de Montalbán, entresacados de Roldán ni vivo ni muerto, Los mares del Sur, Yo maté a Kennedy, Asesinato en el comité central o Los pájaros de Bangkok, al tiempo que Alberto Herráis hacía lo propio con algunas recetas de Carvalho y de Vázquez Montalbán; entre ellas, la del bacalao al pil-pil. Los espectadores pueden comer -un poco- antes y durante el espectáculo, más cuando éste finaliza y después de que Biscúter y Charo, el propio Yvon Chaix y Elena Pastore hayan estimulado al público tendiendo puentes entre la política y la gastronomía, entre el comentario escéptico y lúcido de la actualidad y el consuelo suculento que aportan ciertos guisos. La perplejidad en que sumen las complicidades que tuvo que encontrar el antiguo cronometrador Roldán para poder largarse con la caja de los huérfanos sólo se comprende con la ayuda iluminadora de un atún escabechado y de un vino andaluz de buena graduación. La capacidad de autodestrucción del PCE sólo es comparable a la alquimia que transforma 'un bacalao muerto en una materia tan plástica como el mármol entre las manos de Miguel Ángel'.

Herráis lleva años mezclando cocina y literatura. Lo hace en un pequeño restaurante parisiense, El Fogón, vecino de la catedral de Notre Dame, en la calle de Saint Julien le Pauvre. Herráis es un especialista en arroces, unas paellas manchegas que sorprenden a los incautos, a quienes piensan que el arroz sólo se nutre del sabor del marisco y no saben que las verduras pueden ser sus mejores compañeras. Montalbán no es su única fuente de inspiración. El Quijote le ha proporcionado otras, y el único problema es encontrar en París los productos necesarios. Hay que recurrir a frecuentes viajes a España para que los embutidos, los pimientos o los vinos sean los deseados.

El espectáculo, que puede verse hasta el próximo 3 de junio en el teatro de La Tempête, en la Cartouchèrie del bosque de Vincennes, lleva por título Carvalho cuisine Montalbán, porque en ella los dos protagonistas no sólo comen y se refieren a la cocina como 'el mejor observatorio de nuestro tiempo', sino que también se rebelan contra el jefe ausente y descubren algunos de los defectos que se ocultan bajo su tolerancia descreída. Los dos lamentan el escaso papel que desempeñan en las novelas o aventuras, el sentirse a veces como meros objetos para el desahogo de las dudas o certezas del detective, recurso dramático de escasa entidad, pero que evita la proliferación de los monólogos y permite que Carvalho responda a las preguntas que le haría el lector de poder entrar en el texto.

La crítica ha considerado que Carvalho cuisine Montalbán es un 'espectáculo sabroso', una 'pequeña maravilla que se degusta en el lugar' y que sabe 'entrecruzar tres aspectos culturales: la cultura culinaria, la cultura del comportamiento y la cultura sociopolítica, vista esta última desde el prisma de la irrisión'. Y si Chaix se lleva elogios, Herráis tampoco se queda sin ellos, pues son muchos los que se han extendido sobre 'las buenas sorpresas que continúan una vez bajado el telón'.

El tomate -uno enorme y tres pequeños- es el emblema del espectáculo, y la frase 'hay que beber para recordar y comer para olvidar', la que resume la filosofía de los dos personajes en espera de su autor o, mejor dicho, de su jefe o amigo. Él, como Manuel Vázquez Montalbán, cree en el tomate como base de multitud de pequeñas grandes creaciones surgidas del caletre popular y del cómo disfrazar la miseria.

Alberto Heráis, al lado de su restaurante, cerca de Notre Dame.
Alberto Heráis, al lado de su restaurante, cerca de Notre Dame.DANIEL MORDZINSKI

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