El chulo argentino, en el diván
No hay crisis que no venga acompañada de un replanteamiento del propio ser, dicen los psicólogos, y Argentina, un país lleno de analistas y analizados, está aprovechando la brutal recesión económica -que en junio cumplirá tres años- para pegarse los latigazos de rigor. Confundidos y decepcionados, los argentinos están por estos días comprando en masa el último ensayo del también novelista Marcos Aguinis (Córdoba, 1935), un libro que repasa con impiedad, pero también con ternura, los defectos más notorios del ser nacional argentino, a los que acusa de todos los males que vive actualmente el país.
El volumen, editado por Planeta, tiene el paradójico y hasta patriótico título de El atroz encanto de ser argentinos. Aguinis, primer ganador no español del Premio Planeta -en 1970, con La cruz invertida-, enumera los rasgos argentinos que han convertido en un cliché su comportamiento en España y América Latina (chulería, arrogancia) y aporta otros, menos advertidos fuera de Argentina, como la desidia, el facilismo y la irresponsabilidad.
El éxito del libro, primero en las listas de ventas de las últimas semanas en la categoría de no ficción, se explica, según los críticos, gracias a dos factores: por un lado, la prosa fresca e impactante de Aguinis, rápida para el sentido del humor, la cita y la frase corta. Por otro, el momento en que ha sido publicado. No son sólo los 35 meses de parálisis económica los que agobian a los argentinos; parece estar derrumbándose también, según ya hacen notar algunos columnistas y dirigentes, todo un sistema político y social. El problema, y aquí surge la avidez de los lectores por la búsqueda de repuestas, es que nadie ha avizorado todavía cuál será el sistema que reemplace al actual.
Observaciones dolorosas
Aguinis cita en su libro algunas de las observaciones más dolorosas que hicieron en su momento los visitantes ilustres de Argentina, algunas de ellas proferidas en el periodo de mayor apogeo del país, hace un siglo, cuando era el décimo más rico del mundo. Así, pasan por sus páginas el ex primer ministro francés Georges Clemenceau -"Argentina crece gracias a que sus políticos y gobernantes dejan de robar cuando duermen"-, Albert Einstein -"¿Cómo puede progresar un país tan desorganizado?"-, el cómico mexicano Mario Moireno Cantinflas -"Argentina está compuesta por millones de habitantes que quieren hundirla, pero no lo logran"- y varios más.
Uno de los visitantes que más ácidamente captó la esencia del ser argentino, y cuyo diagnóstico ha sido citado infinidad de veces, es José Ortega y Gasset: "Argentinos, a las cosas", sugirió durante una de sus conferencias en el país, dejando al descubierto los problemas que tenían (y tienen, según Aguinis) los argentinos para abandonar la conversación y dedicarse al trabajo.Tras reproducir un largo texto que recorrió las casillas de correo electrónico de medio mundo, en el que se detallaba un sarcástico manual sobre Cómo debe comportarse un auténtico argentino, Aguinis se pregunta: "¿De dónde proviene esta personalidad antisocial, despectiva, arrogante y ventajera?"
Viveza criolla
El autor dedica también un amplio capítulo a analizar y despreciar la viveza criolla, característica acuñada por los argentinos que sólo ellos poseen y que no consiste más que en solucionar problemas de manera superficial y casi siempre perjudicando a otros. Aguinis considera a esta picardía una degeneración inmoral y trágica de El lazarillo de Tormes, y se muestra pesimista sobre la posibilidad de que los argentinos puedan erradicarla: "Tiene la fuerza de la peste. Y nos ha vulnerado hondo", dice.
El libro trata de ser optimista, y dedica su último capítulo, titulado ¡Aguante, Argentina, todavía!, a las virtudes y las posibilidades que tiene el país de conseguir un futuro mejor. Sin embargo, y como escribió el crítico literario de la prestigiosa revista Noticias, resulta poco convincente: "Se basa en factores demasiado débiles y abstractos, y parece una diminuta cucharita de café bienintencionada alzada ante una ola gigante a punto de romper".
Una de las anécdotas más corrosivas que detalla Aguinis en su libro relata la frase con la que el escritor español Jacinto Benavente despidió a los argentinos tras su visita en 1922. Benavente recorrió el país durante algunos meses -en el pueblo de Rufino, provincia de Santa Fe, supo que había ganado el Premio Nobel de Literatura- y, hasta el último momento, se negó sistemáticamente a dar su opinión sobre sus habitantes. Minutos antes de subirse al barco, calmó la ansiedad de los que le exigían una respuesta: "Armad la única palabra posible con las letras que componen la palabra argentino", les dijo. Esa única palabra es ignorante.
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