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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Una derecha comunista

Vayamos por partes, como diría Jack el Destripador: una cosa es que Julio Iglesias encandile a damas en edad de terceras nupcias y otra muy distinta que una comunidad tan dinámica como ésta delegue su imagen en las cenicientas de ese simulador

Berlusconi

Decía Umberto Eco hace unas semanas, en un ingenioso artículo publicado en este diario, que la estrategia electoral de Berlusconi era de troquel comunista, y atribuía el hecho a la multitud de asesores de su partido que habían militado en la izquierda de otro tiempo. Casi nadie ha hecho aquí una reflexión de ese tipo respecto al gobierno central y a buen número de los autonómicos, entre ellos el nuestro, desde luego, donde la política informativa del agit-prop usurpa progresivamente el lugar debido a los hechos reales. Los famosos descamisados de Alfonso Guerra son una vetusta estampa goyesca al lado de ese refinamiento conceptual que adopta métodos de Lenin y Trotsky para colocar la cruzada liberal en el mercado emocional de la vida de a diario. El socialismo ignora esa finezza porque siempre desdeñó a una Tercera Internacional que ahora vuelve con otras metas de la mano de sus últimos asesores.

Dignidad de mendigo

Nada detesto más que hacerme pasar por un bon xic d'esquerres -papel que desempeña con soltura Manolo Vázquez Montalbán- ya que a partir del destete nadie es un buen chico, y mucho menos de izquierdas de toda la vida y en cada uno de sus instantes. Pero una cosa no quita la otra. A los pies del Miguelete ocupa su esquina una mendiga de notable educación que pide limosna musitando que acepta alguna ayuda. Tiene también la virtud, pese a su aspecto, de no mencionar a ninguna deidad religiosa cuando te da las gracias, asunto que resuelve deseándote con alguna parquedad que pases un buen día. La otra mañana se derrumbó y me dijo que le quedaban dos meses de vida. Por eso -añadió, como pidiendo excusas- estoy un poco depresiva. Por primera vez después de tanto tiempo pensé que tal vez es argentina.

Debajo del IVEX está la playa

Ocurre que muchas veces son más odiosos los fans que los ídolos que reverencian. Hace algún tiempo vi en la tele lo que llaman con alguna exageración un concierto de Julio Iglesias, y la entrega pasiva de una señora entrada en años y con pendientes de aro cada vez que el torrefacto cantamañanas se tocaba la barriguita en un alarde de pasión incontenible me pareció mucho más menesterosa que la grotesca imagen del cantante. Inevitable preguntarse por la índole de las carencias de una dama que elige el entusiasmo ante un sujeto de esa clase. Algo de eso, y no quiero decir más de lo que digo, ocurre ante algunas fotos de Eduardo Zaplana acompañando a Julio Capillas, y no al revés. La pregunta es si resulta imprescindible que el presidente de una triunfal comunidad autónoma manifieste una beatería en público que no era tan vergonzosa desde los tiempos en que Nancy miraba arrobada a su marido Ronald Reagan en cualquiera de sus despistadas tomas de posesión.

La vergüenza ajena

Es difícil determinar con precisión lo que quería decir Marx asegurando que la vergüenza es un sentimiento revolucionario, toda vez que no parecía referirse al católico propósito de enmienda propiamente dicho. Esa indeterminación no es obstáculo para considerar que en periodos de reflujo progresista ese sano sentimiento en desuso no figura en lugar de privilegio entre las numerosas conductas observables, y eso en cualquier terreno de la experiencia en que se considere una cuestión tan sonrojante. El primer resultado es que ese sofoco se concentra cada vez más en un menor número de conciencias bajo especie de vergüenza ajena. Y el segundo es la propuesta de montar una plataforma del tipo de las salvem que bien podría llamarse Por una mejor y más justa redistribución de la vergüenza.

Brines, Paco

Pese a todo, Paco Brines sigue siendo el de siempre, la misma jeta labrada de patricio romano en el exilio, eterna sonrisa de niño tímido, idéntica coquetería seductora en alguien seguro de gustar. Es un descanso saber que quien tanto estimas nunca será patético, tan desdeñoso ha de tenerla con las jugarretas de la edad, y todavía resulta de mayor respeto en quien tiene tan gran obra poética a sus espaldas el ejercicio de una modestia sin alardes y desprovista en todo de la intención de merecer aquello a lo que no aspira. Ahora le han hecho Académico y por ahí circula un grueso volumen con sus obras completas, incompleto todavía. Se mosquea si lo digo, pero en El otoño de las rosas está todo Brines, a sabiendas de que en la naturaleza reside el único vestigio del estatuto original de lo humano. De ahí su asombro.

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