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Crítica:THOMAS HAMPSON | CANTO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La locura de la sabiduría

Mayo, 1995: Amsterdam se convierte en un lugar de peregrinación mahleriana. Las filarmónicas de Berlín y Viena, la orquesta del Concertgebouw; Abbado, Rattle, Haitink, Chailly... se zambullen en todas las sinfonías en una atmósfera irrepetible. Entre batalla y batalla, a las dos y cuarto de la tarde, el barítono Thomas Hampson y el pianista Wolfram Rieger van desgranando los lieder en un par de sesiones prácticamente análogas a las de ahora en Madrid. Y en esas ceremonias intimistas tocan el corazón de los mahlerianos venidos de medio mundo. Desde entonces, Hampson y Rieger han llevado la integral de los lieder de Mahler a Nueva York, Viena y Colonia antes de comparecer en Madrid. Algunas ilustres ciudades musicales europeas han rechazado la proposición. Múnich, por ejemplo. 'Demasiado denso', dicen que expresaron.

Mayo, 2001: Hampson y Rieger llegan a Madrid con su equipaje Mahler y cierto temor a la acogida latina. El primer día impresionaron. El segundo, con una competencia nada desdeñable, desde Colin Davis hasta la final de la Copa de Europa, no cabía un alfiler en el teatro de La Zarzuela y a los artistas se les recibió con una ovación atronadora, excepcional por estos pagos. El hechizo saltó desde la primera de las canciones de juventud, Para que los niños malos se vuelvan buenos (cito los títulos en castellano; las traducciones en el programa de mano de Luis Carlos Gago son estupendas; el texto introductorio, de José Luis Téllez, también). La espontaneidad, la teatralidad, el espíritu comunicativo de Juan y Margarita o Esfuerzo baldío dejan en bandeja dos admirables versiones, llenas de calor y melodía, de Disfruté paseando por un verde bosque y Remembranza. Después, unas sobrias Canciones para los niños muertos, unas vertiginosas y poéticas Canciones del aprendiz vagabundo, especialmente intensas las dos últimas, y unas emocionantes Canciones sobre poemas de Rückert, con una estremecedora A medianoche y una doliente Me he retirado del mundo.

El público vive en comunión con unos artistas a los que, por encima de la admiración, quiere, aunque el ambiente emocional le juega en algunos momentos una mala pasada. No puede contener su fervor en los aplausos y roba esos segundos de silencio después de cada ciclo que habrían hecho aún mas cortante el clima de concentración; tose compulsivamente más de lo debido ante la agitación y el único teléfono móvil sin apagar suena precisamente en el momento más desgarrador del recital, a mitad de Me he retirado del mundo. El éxito es absoluto, delirante, con toda la sala puesta en pie, aclamando cada vez con más fuerza a unos artistas visiblemente emocionados. Hampson lo agradece.

Dice Edgar Morin en el ensayo 'La necesaria e imposible sabiduría', incluido en el libro Amor, poesía, sabiduría (Seix Barral), que 'la sabiduría sólo puede estar mezclada con la locura'. La locura de Hampson y Rieger ha dejado entrever las puertas de la sabiduría. Porque aun estando excelsos los dos artistas, el gran triunfador de la noche fue Gustav Mahler, un Mahler visionario, trágico, irónico, contradictorio, complejo, sabio. Algunos grupos de espectadores se dirigieron al final del concierto al organizador del ciclo suplicándole que repitiese estos dos recitales, con los mismos intérpretes, tan pronto como sea posible. Me uno, con entusiasmo, a la petición.

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