Una obra maestra
Como en Marius y Jeanette y De todo corazón, pero ahora con más ganas de ahondar en el pozo negro sin fondo que se abre en el subsuelo moral de su ciudad, Marsella, como en todas las ciudades de Occidente, Robert Guédiguian nos conduce en La ciudad está tranquila al atolladero de un pequeño mundo (apretada metáfora del mundo entero) del que conoce al dedillo todas las esquinas, todos los laberintos y vericuetos. Habla, indaga, explora, filma Guédiguian con pasión, involucrándose hasta el cuello, detrás de unos rostros y unos ámbitos que conoce a ciegas, y esto proporciona una enorme solidez al suelo que sostiene el armazón de su vivificador cine, uno de los más libres e inteligentes que se hacen hoy en Europa.
LA CIUDAD ESTÁ TRANQUILA
Director: Robert Guédiguian. Intérpretes: Ariane Ascaride, Veronique Balme, Pierre Banderet, Frédérique Bonnal, Patrick Bonnel, Jacques Boudet, Christine Brücher. Género: Drama. Francia, 2000. Duración: 133 minutos.
Si en aquellas dos películas la pantalla de Guédiguian estalló de la vitalidad de su barrio marsellés natal de L'Estaque, ahora, sin salir de la hermosa encerrona de esa encucijada de colores, de acentos y de culturas, la pantalla le estalla de negruras. Es el revés, el subsuelo de las aceras y las calles de esa vibrante superficie del calor humano que tan a fondo conoce Guédiguian. Y la mirada de su cámara ensancha sus diafragmas en busca de los perfiles de la oscuridad del frío y el dolor marselleses, para afrontar la captura de otros registros de la luz natal en otras rinconadas del mismo universo íntimo.
El resultado de la búsqueda de Guédiguian en el subsuelo oscuro de sus luminosos relatos precedentes es una obra de extraordinario vigor, de formidable potencia dramática, dolorosa y al tiempo liberadora y ennoblecedora; situada en el borde de una tragedia clásica y, sin embargo, rigurosamente contemporánea, tejida con una serie de relatos cruzados, de vidas cruzadas y, en parte, de itinerarios de muerte cruzados, que hay que situar en la cúspide de la honda y fraternal mirada a su alrededor de este artista. La ciudad está tranquila ocupa el lado sombrío de la luz mediterránea de la imaginación de Guédigian. En la misma Marsella obrera, en el mismo hormiguero rebosante de vida, de mala vida, hay muerte, mala muerte, y aquí está su sobrecogedor paso por la pantalla, atrapada por un hombre de cine de ilimitado coraje.
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