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De 'encantados' y plataformas

Josep Maria Vallès

En un artículo publicado en estas páginas (12 de mayo), Umberto Eco se refería a la existencia en Italia de un 'electorado encantado'. El calificativo encantado se presta en castellano a un sugerente análisis: puede entenderse, a la vez, como referencia a un 'electorado satisfecho' y a un 'electorado hechizado'. Los dos sentidos valen para caracterizar el fenómeno social que Eco describe. La satisfacción en que se recrea este sector de la ciudadanía nace de la experiencia concreta de su personal bienestar material. Y el encanto o hechizo que les cautiva emana de su constante exposición a los medios de comunicación y a la publicidad que tales medios transmiten.

Es el sector de la población que comparte actitudes y valores machaconamente difundidos desde hace años por buena parte de estos medios de comunicación, convertidos en soportes de la publicidad comercial y de sus agresivos mensajes. Unos mensajes simplones pero efectivos porque se dirigen a los aspectos emocionales más rudimentarios de nuestra especie. Son los que insisten sin rubor en el predominio absoluto del interés personal como motor de actividad. Son los que pasan de la política, siempre que la política no se inmiscuya en sus particulares ambiciones o proyectos. Son los que dicen que no les interesa lo que ocurre más allá de su entorno familiar o profesional, pero consumen mucha información cuando se les presenta como página de sucesos violentos o como álbum de fotos de famosos y famosas, en el papel cuché de semanarios y dominicales.

Frente a la imagen de unos electores pasivos ante los mensajes publicitarios, se abre paso la figura del ciudadano comprometido con las políticas sectoriales

No se trata de una especie característica de la sociedad italiana. Reconocemos este talante en otros países, donde actúan desde hace décadas idénticos mecanismos de adoctrinamiento masivo, en manos de los mismos propietarios y conducidos por parecidos ideólogos. Basta asomarse a la televisión privada de otros países para percibir que la clonación biológica va muy por detrás de una preocupante clonación social: las mismas modas, los mismos hábitos de consumo, los mismos referentes culturales, las mismas formas de comunicación y diversión, etcétera.

El panorama sería desalentador para quienes no se conforman con este estado de cosas, si no fuera porque -junto a este encantamiento- se registra también la movilización de sujetos y colectivos que aceptan la incomodidad estimulante de apostar por proyectos de cambio y alternativa. No están encantados o satisfechos, aunque su situación personal sea confortable, porque ven que a su alrededor subsisten o se extienden las condiciones de explotación y desigualdad para muchos de sus conciudadanos. Y de esta constatación nace el propósito de cambiar tales condiciones, en el país y fuera de él.

Tampoco están hechizados, porque denuncian en cuanto pueden el bombardeo inmisericorde y descarado de los predicadores del conformismo y de la acomodación al mensaje único. Se esfuerzan por divulgar la posibilidad de alternativas: en el tratamiento de los conflictos internacionales, en la organización de las transacciones económicas y comerciales, en las formas de participación política, en los sistemas de atención social, en la consideración del medio ambiente, etcétera.

Para ello, acuden a formas de movilización flexible, calificadas a menudo de plataformas, constituidas para promover causas de interés general o para sostener proyectos alternativos a los que se guisan en las instituciones públicas convencionales. Un buen ejemplo nos lo ha dado la movilización de las tierras del Ebro. No se trata de un episodio singular ni de una anomalía. No es algo que partidos e instituciones deban encajar o puedan controlar, es una manifestación más de cómo se expresa hoy la política cuando una comunidad quiere decidir sobre lo que afecta a sus intereses y a sus valores.

La acción democrática de hoy tiende a engendrar movilizaciones de este carácter. Se muestra más preocupada por las políticas sectoriales que por la política institucional. Más atenta a lo que se hace con nuestra sanidad, nuestro territorio, medio ambiente o inmigrantes, que con lo que ocurre en los hemiciclos parlamentarios, las ejecutivas de los partidos o incluso las tertulias mediáticas. Si en los dos siglos anteriores se batalló por la democratización de las instituciones, estamos asistiendo ahora a la lucha por la democratización de las políticas sectoriales. No será plácida tampoco esta reivindicación, resistida por quienes ocupan posiciones privilegiadas: burocracias directivas, jerarquías partidistas, conglomerados financieros e industriales o el complejo político-mediático. En esta democratización están empeñadas ya abundantes iniciativas de carácter diverso, pero que se orientan hacia un mismo horizonte. Basta repasar la agenda de estos días para dar con dos muestras diferentes de un mismo proceso: la Semana del Comercio Justo, del 21 al 26 de mayo, y la Convención 2001 de Ciutadans pel Canvi del día 26 en Gerona.

Una nota final. Quienes apuestan por alternativas de progreso se enfrentan a la necesidad de articular la movilización de plataformas y redes con la acción institucional, convirtiendo las reivindicaciones en gestión efectiva de propuestas alternativas. No es fácil. Pero de esta articulación debe surgir la revitalización de la democracia a la que aspiran quienes siguen -seguimos- escasamente encantados con lo que ahora nos ofrece.

Josep M. Vallès es miembro de Ciutadans pel Canvi.

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