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Columna
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¡A por ellos!

Y bien, aquí estamos de nuevo; esta vez en el corazón de la Lombardia, el mítico San Siro de Berlusconi, frente a frente con la verdad. ¿Y ahora, qué? se preguntan por doquier los precavidos valencianistas, algo aliviados, eso sí, tras la debacle del Real, intentando encontrar una respuesta positiva, más con el corazón que con la cabeza, me temo. En el fondo todos teníamos miedo a que hubiera sido, precisamente, el Madrid nuestro rival en la final. Aún recordamos la desgraciada experiencia del año pasado; un Valencia imparable, seguro de sí mismo y, en el momento decisivo, ¡maldición!, paralizado por un súbito ataque de pánico, atenazado ante la radiante estrella milenaria del club blanco y el peso de la Historia. El sólido y ancestral españolismo frente al nuevo y pujante, pero dubitativo y errático, valencianismo invertebrado. No, no fue cuestión de superioridad técnica; fue, pura y simplemente, miedo a los símbolos, nula capacidad de autoestima, escasa fe en nosotros mismos, fijación en el contrario. Si vas deprisa, alcanzas la desgracia; si vas despacio, la desgracia te alcanza a ti; lo dice un proverbio ruso, pero parece pensado para nosotros.

En esta ocasión, no nos deberían coger desprevenidos, aunque ahora vistan de rojo, sean rubios y provengan de la mítica Baviera; a la porra con las tácticas de juego (para eso está Cúper que tiene oficio sobrado), concentrémonos en lo importante. El problema está en la mente; en ese sutil mecanismo del subconsciente que paraliza las piernas y mantiene fijas las miradas en los rivales. Un virus hipnótico que relega a un segundo lugar, en los momentos decisivos, la esencia de nosotros mismos, el espíritu de tribu, lo que somos (si es que algo somos) sin referencias externas.

Sabemos que los del Bayern se comportan como una centuria del ejército romano de la época de Augusto, todos juntos en su propia área, unos pegados a los otros (el día del Madrid había 15 defensores); o sea, el catenaccio más puro, sazonado con grandes dosis de disciplina prusiana. ¿Cómo vencerlos? guerrilla es la respuesta, incursiones por los flancos, ataques por sorpresa, balones voladores sobre su retaguardia; golpear y desaparecer, ésa es nuestra fortaleza, como la de los maquis de Cervera o de Armendáriz (que para este caso es lo mismo); anarquía ibérica, en fin, pero con criterio e imaginación mediterránea. Y, sobre todo, espíritu, mucho espíritu de victoria...

Los seguidores deben ser conscientes de ello. El objetivo ya no es sólo apoyar al equipo, sino derrotar al contrario, moral y psicológicamente, mucho antes de que salga. No es la filosofía del no pasarán de los republicanos madrileños lo que necesitamos ahora, sino la más cantábrica del a mí, Sabino, que los arrollo, o la agresiva y directa del vamos a por ellos de los tiempos de Puchades o de Kempes. Lo ha dicho Ayala, y así debe ser.

Para ganar, digan lo que digan los técnicos, lo primero es estar seguro de la victoria. Por eso, esta vez, suplico, nada de melifluas cautelas del tipo: lo intentaremos, tenemos delante un gran equipo, y demás zarandajas propias de estudiantes de buena familia. El lenguaje debe ser el de los barrios pobres, periféricos, desde donde siempre salieron los buenos deportistas y los toreros de arte; a saber: vamos a vengarnos, acabaremos con ellos (deportivamente, se entiende), mientras Sánchez, Kily y Mendieta se infiltran en las pétreas filas enemigas, y llueven cientos de balones sobre Carew, con la esperanza de que acierte ese reducido porcentaje que vaticinan las estadísticas.

Si esto es así, no cabe la menor duda de que ganaremos, incluso por goleada. Si, por el contrario, cegados por el resplandor del Sacro Imperio y el peso de la vieja Europa, nos dedicamos a ponderar los méritos del rival, es totalmente seguro que nos pasará lo que ya nos pasó el año pasado. Y entonces, por favor, no nos torturen recurriendo a ese lugar común tan socorrido de que la derrota obedeció a que ellos eran mejores, porque no lo son; aceptemos más bien que fue por culpa de nuestra irredenta e impresionable mentalidad provinciana; ésa que nos ha incapacitado, secularmente, para la gloria.

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Lo dicho, vayamos a por ellos. Esta vez, sí.

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