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'Creí que algo le había sentado mal'

Isabel Vázquez tiene 52 años. De su matrimonio nacieron tres hijos: Adrián, de 20 años; Isabel de 18 años; y Ximo, de 13. Hace ocho años que su marido se fue de casa. 'Ha sido duro sacar adelante a mis hijos sin ayuda, trabajando más horas que un reloj y tragando muchas angustias'. Es cajera en un supermercado de Valencia, trabajo que ha compaginado con el de asistenta por horas y el cuidado de ancianos. Para ella, sus hijos han sido siempre los mejores del mundo. 'Nunca pensé que algún problema grave de alcohol o drogas pudiera entrar en mi casa. Sólo me he preocupado de no les faltara de nada, dentro de mis posibilidades, y de que estudiaran, para no que les pasara nunca lo que a mí'.

Ahora, Isabel ha tenido que dejar sus trabajos extras para ocuparse de su hija. La joven está siendo tratada en una Unidad de Conductas Adictivas por alcoholismo y visita regularme a un psicólogo.

'Me he equivocado tanto' -dice Isabel- 'que no sé si podré perdonarme a mí misma. A veces creo que no veía lo que no quería ver. La primera vez que mi hija llegó en mal estado a casa tenía 14 años y fue después de una cena de despedida de una niña del colegio que se marchaba a vivir fuera de Valencia. Llegó tarde, sobre las dos de la madrugada. Oí que tropezó tras cerrar la puerta, que se fue al baño. Cuando entré estaba tendida en el suelo. Se había vomitado encima y olía algo a alcochol. La levanté, la lavé y la llevé a la cama. Por la mañana, me dijo que no se sentía bien y creí que algo le había sentado mal, algo que había comido, y fuimos al médico'. Isabel nunca imaginó que su hija se gastaba la paga del mes en cerveza, vino y ginebra, que pasaba horas compartiendo tragos con unos amigos a sólo dos manzanas de casa.

'Tuvieron que pasar otros episodios como ése. Un día, mi hijo mayor me preguntó: ¿Mamá, la xiqueta bebe mucho cuando sale? Fue el pretexto para que él me contara que desde hacía tiempo sabía que su hermana tenía un problema, que la había visto beber en la calle y en casa a escondidas. Yo no le creí, pensé que eran celos o algo así'.

Isabel optó, sin embargo, por actuar por su cuenta y rondar un sábado por la tarde noche por la zona que frecuentaba su hija. 'Lo vi con mis propios ojos. Estaba con compañeras y compañeros del colegio en un corro. Tenían vino en tetra brik, botellas de cerveza y de ginebra. Estaban allí bebiendo, en el suelo... No puedo explicar lo que sentí'. A Isabel le costó, desde aquel día, cinco meses persuadir a su hija de que tenía que ponerse en manos de especialista. 'No podía hablar con ella, discutíamos, se iba a la calle, se ponía agresiva, decía que me habían intoxicado, que no la entendía. No me sirvieron castigos ni quitarle la paga ni nada. Hasta un día que vino fatal y llamé a una ambulancia. Una vez en el hospital, la cosa cambió. De momento, todo parece que va bien, pero no sé qué pasará cuando deje de estar controlada'.En un colegio público del barrio de Natzaret, en el que se imparten clases de Primaria y Secundaria, se viven escenas en las que en ocasiones ha tenido que mediar la policía. 'El alumnado se divide entre los que atemorizan y los atemorizados. El fracaso escolar alcanza niveles graves y el absentismo también. ¿Qué factores inciden en ello? Pues que chicos y chicas de entre 12 y 16 años viven en zonas marginadas, portan navajas, fuman tabaco habitualmente y beben de forma regular. Eso supone que sus relaciones están alteradas y su percepción del entorno distorsionado. En más de una ocasión hemos avisado a algún padre porque su hijo aparecía a las cinco de la tarde en condiciones lamentables. Pero la respuesta no pasado de considerar el hecho como una travesura', apunta un profesor del centro.

Algunos especialistas consideran que la entrada en institutos de menores de 12 y 13 años ha favorecido que descienda la edad del primer contacto con el alcohol, el tabaco y drogas como el hachís y las pastillas.

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Pero la calle es el gran espacio de consumo de alcohol. Los menores y adolescentes, según numerosos estudios de la Dirección General de Drogodependencia y de organizaciones dedicadas a tratar las conductas adictivas, sostienen que los menores y adolescentes beben el grupo, compran ellos mismos el alcohol y su consumo se concentra en viernes, sábado y domingo.

Abastecer a estos 'clientes' se ha convertido también en un negocio. Al menos tres bodegas de la ciudad de Valencia sirven alcohol a domicilio previa petición telefónica. En ese servicio no se tiene ningún tipo de consideración sobre la edad del peticionario, ni tan siquiera se comprueba. La bebida viaja en moto, se entrega, se cobra y se acaba la operación. Pero además, existen proveedores ambulantes que recorren determinadas zonas frecuentadas por menores y adolescentes, como puntos de Blasco Ibáñez, de Xúquer, de la explanada contigua al estadio del Mestalla, la parte trasera de una gasolinera próxima al polígono de Vara de Quart -establecimiento que también abastece de alcohol incumpliendo la normativa-, puntos de El Saler próximos a la playa y zonas aún libres de contrucciones en la Ciudad de las Ciencias. Con un coche o una furgoneta -que los consumidores identifican perfectamente- varios proveedores se encargan de acercar bebidas etílicas.

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