El ídolo venerando
Llegó José Tomas en loor de santidad y todo cuanto hizo se tomó a gesta gloriosa. He aquí el ídolo venerando de la moderna tauromaquia. Las salidas por la sevillana Puerta del Príncipe y anteriores proezas le han dado patente de santidad y la ejerce con todas sus con secuencias. Pero ni siquiera esas salidas justificarían la arrebatada idolatría que provocaban sus intervenciones toreras. Aunque puede que fuese por lo de la galaxia.
La expectación que despertó el anuncio de la llegada del Mesías (esto no data de ayer sino de hace tres siglos) se debió a que creía la gente que había de venir de otro reino, pues si llega a saber que nacería en un pueblo que ni siquiera estaba en el mapa, a lo mejor pasaba. Pues eso cabe suponer de José Tomás: que viene de otra galaxia a redimir la descompuesta tauromaquia.
Puerto / Caballero, Tomás, Morante
Toros de Puerto de San Lorenzo, tres muy justos de presencia; resto, discretos; flojos, poca casta, manejables. Manuel Caballero: bajonazo (silencio); pinchazo hondo y rueda de peones (oreja con escasa petición y protestas). José Tomás: bajonazo -aviso- y se echa el toro (ovación y también algunos pitos cuando sale al tercio); primer aviso antes de matar, seis pinchazos -segundo aviso-, otro pinchazo, rueda de peones y se echa el toro (ovación con algunos pitos y también fuertes protestas cuando sale al tercio). Morante de la Puebla: pinchazo, estocada corta atravesada y descabello (silencio); dos pinchazos -aviso- y estocada muy atravesada (silencio). Plaza de Las Ventas, 18 de mayo. 10ª corrida de abono. Lleno.
Claro que si habría de redimirla con el toreo que desplegó en Las Ventas, la cosa no queda muy clara. El toreo que desplegó José Tomás en Las Ventas poseyó poca enjundia, menos magia y hubo ocasiones en que pareció harto montaraz. Lo cual no quiere decir que la feligresía tomasista se lo demandara; antes al contrario, se lo aclamaba, desbordada de frenesí.
A veces estas reacciones sólo podrían entenderse abordándolas desde la psicología de masas. Complicada cuestión. Sin ir más lejos, es muy difícil entender, tanto desde el raciocinio terrenal como desde el dogma divino, que para glorificar al ídolo venerando se deba incurrir en herejía. Por ejemplo: ¿no es herético aplaudir los bajonazos? Pues el bajonazo que perpetró José Tomás a su primer toro lo celebró el público dedicándole una enorme ovación, puesto en pie.
Las ovaciones del público puesto en pie a José Tomas se estuvieron repitiendo a lo largo de la tarde. Con motivo de un ceñido quite por gaoneras, con motivo de otro por chicuelinas bastante vulgares, con motivo de unos capotazos insustanciales para mudar de terreno al toro, con motivo de unos naturales logrados a las tantas que tampoco eran para lanzar cohetes, con motivo de un toque de muleta destinado a levantar a un toro que había abrumado a pinchazos y ya le iban a tocar el tercer aviso....
Cualquier cosa, efectivamente, constituía motivo sobrado para aclamar al ídolo. A los dos diestros con quienes alternaba, en cambio, no. De manera que si Manuel Caballero dio más pausadas y ceñidas las chicuelinas y Morante de la Puebla las interpretró más bonitas y pintureras, o -a mayor abundamiento- éste coletudo recreaba la verónica clásica al saludar al sexto toro, se les dedicaban a ambos unas palmas como quien cubre el expediente y asunto con cluido.
Los compañeros alternantes no aceptaron, sin embargo, el papel de comparsas e hicieron lo que podían. Que tampoco fue mucho, francamente. Caballero y Morante parecían tener los cables cruzados en sus nobles primeros toros, mientras en sus segundos se decidieron a torear. Caballero ligó derechazos y naturales y le regalaron una oreja. Morante instrumentó una tanda de naturales hondos -la mejor de la tarde- pero luego sufrió un achuchón y se desconfió un poco.
El natural ensayó José Tomás después de unos estatuarios en su primer toro y se llevó una voltereta. Siguió por derechazos sin especial relieve, volvió a los naturales, sufrió un nuevo achuchón y luego vino lo del bajonazo. Al quinto le inició la faena en el platillo, por naturales, mas le salían enganchones. Pegó tandas insulsas de derechazos y cuando ya llevaba casi diez minutos de plúmbeo trasteo, sacó dos postreras tandas de naturales, nada del otro jueves por cierto, aunque la masa tomasista se los aclamó hasta el delirio. Mató a la última, oyó dos avisos, y ese colofón, que para cualquiera hubiese supuesto el desastre, para José Tomás fue un nuevo timbre de gloria, con el público a sus pies, su leyenda en el empíreo.
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