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Columna
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Un museo en la universidad

El Museo de la Universidad de Alicante exhibe estos días, como cierre de temporada, una exposición del fotógrafo Joan Fontcuberta y otra del artista Carlos Pazos. Es una elección muy atinada, que refleja perfectamente el carácter desarrollado por el museo. El MUA es una institución joven que se ha inclinado, desde sus comienzos, por mostrar algunas de las nuevas corrientes artísticas que se abren paso en nuestro país. Que esta tarea la enfrente un museo universitario quizá pueda ser considerado natural en cualquier otra parte, pero no en una ciudad como Alicante que ha vivido de espaldas al arte más actual.

Se ha discutido mucho si una universidad pequeña, como es la de Alicante, debía contar con un museo. Desde el mismo momento en que se anunció su construcción, comenzó una polémica que se ha prolongado hasta nuestros días. No todo el mundo estuvo de acuerdo con la idea de edificar un museo. A un buen número de personas les pareció un lujo innecesario, ajeno a nuestra tradición académica que, como es sabido, está muy centrada en los estudios y en las titulaciones. Pero la decisión tenía algo de reto, de atrevimiento, de recuperar una idea más universal y humanística del papel de la Universidad en la formación de los estudiantes que muchos entendieron y apoyaron.

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Uno de los primeros peligros que hubo de sortear el museo fue, curiosamente, el del propio edificio. El arquitecto Alfredo Payá levantó una construcción sobria, elegante, de un gran impacto visual, que obtuvo varios premios y fue muy aplaudida por los críticos. La imagen del edificio apareció en las más importantes revistas de arquitectura. Para cualquier museo importante, dotado de abundantes medios económicos, esta publicidad hubiera sido una bendición. En el caso del MUA, supuso, sin embargo, un contratiempo considerable que obligó a recurrir al ingenio y al trabajo para que el proyecto no quedase reducido a un brillante y admirado edificio.

A la vista de cómo han desarrollado su tarea, debemos reconocer a los rectores del MUA una voluntad para apartarse de los caminos más trillados. Lo habitual es que estos proyectos universitarios acaben convertidos, en el mejor de los casos, en una colección etnográfica, o de instrumentos científicos o, en todo caso, médicos. Dicho sea con todos los respetos, estas colecciones resultan muy aburridas para el visitante y su carácter no suele ir más allá de lo meramente informativo. A menos, claro está, que uno ponga mucha interactividad y espectáculo, como ahora suele hacerse. Pero disponer de estos medios resulta caro y hace falta un presupuesto elevado.

La decisión de dedicar un museo universitario al Arte fue, sin duda, muy arriesgada. Hubiera podido caerse fácilmente en un provincianismo, al que no pocos artistas de su entorno aspiraban con tal de verse incluidos. El MUA ha sabido sortear estos peligros y lo ha hecho recurriendo al arte más actual. Las exposiciones de García Andújar, de Esther Mera, de Marcel.li Antúnez o de Carlos Pazos han configurado una línea muy atractiva, de la que no existía precedente en la ciudad. Estos artistas atrevidos, que manejan nuevos lenguajes y utilizan la tecnología más actual han conectado muy bien con los estudiantes. No voy a decir que los estudiantes de la Universidad de Alicante hayan formado colas para visitar estas exposiciones. Eso no sería cierto. Pero sí que estas muestras han ido creando un clima, un fermento, una inquietud.

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