La familia del futuro
Si el siglo XX nació marcado por el gran desarrollo de la física, el XXI lo hace abocado a la apasionante aventura del total conocimiento, del ser humano. No creo que exista, en toda la historia de la ciencia, el hecho de que dos presidentes del Gobierno se reunieran, como así lo hicieron los señores Clinton y Blair, para anunciar a bombo y platillo un descubrimiento científico. Muy probablemente si así actuaron, exhibiendo su más amigable sonrisa, fue porque querían tranquilizar a la opinión pública sobre los beneficios que para la humanidad aportaría la secuenciación del genoma humano, y al mismo tiempo asegurar que el trascendental avance no sería objeto de salvaje comercialización.
Generalmente, a quienes poco les preocupa el uso comercial de un logro científico, que debería ser patrimonio de todos, son los mismos que rasgan sus vestiduras cuando la humanidad avanza hacia el dominio de su origen y su destino y la posibilidad de regular uno u otro.
Es evidente que el conocimiento de las funciones que regulan los genes permitirá avanzar en la terapéutica de enfermedades actualmente incurables y la introducción de biochips llegará a predecir la propensión o el riesgo que cada individuo tiene a padecer determinadas patologías. De esto a introducir el concepto de individuo a la carta media poco, especialmente para los amantes del terrorismo científico, y como consecuencia de todo ello el concepto de paternidad-maternidad y familia podría quedar obsoleto o como reliquia de un pasado pregenómico.
Los avances de la biotecnología y de la medicina no van a ser los motores o los causantes de unos cambios radicales en la familia tal como se concibe en la actualidad. Son otros muchos factores los que están ya condicionando unas nuevas estructuras familiares, que nada tienen que ver con los medios que se hayan empleado para conseguir los hijos.
La mujer ha superado numerosos roles culturalistas que le han sido impuestos secularmente. Las ideas sexistas sobre las funciones de los progenitores, tanto en el trabajo doméstico como en el remunerado, corresponden a una familia tradicional, que en nuestra historia reciente, la dictadura franquista, arremetió contra cualquier conato de liberación de la mujer, relegando a ésta a ser depositaria de unos 'valores' y virtudes (que por cierto no se exigían al varón) y, como papel primordial, la función reproductora. Recordemos que las medidas liberalizadoras de la contracepción llegaron con la democracia...
Pero la posibilidad de desvincular el acto reproductivo de la sexualidad no ofrece a la mujer todas las garantías para diseñar el tamaño de su familia.
La rémora culturalista es difícil de borrar en pocos años... maltratos, diferencias salariales y discriminación laboral, ausencia de verdaderas ayudas para que la maternidad no represente un freno en la carrera profesional de la mujer y un largo etcétera son verdaderos condicionantes de una futura familia muy distinta a la actual.
La natalidad en España se sitúa en 1,07 hijos/mujer, muy lejos de la considerada tasa de reposición que es algo superior a dos. El retraso voluntario de la maternidad, motivado por razones socio-económicas, puede dar lugar a la pérdida del potencial reproductivo, pero posiblemente habrá permitido a la mujer asentar su carrera profesional y no perder aquélla con cada embarazo. Las técnicas de reproducción asistida podrán ayudar a resolver lo que los condicionamientos sociolaborales han ocasionado, es decir las dificultades de la maternidad tardía, pero en ningún modo son la causa de una nueva familia que es el reflejo de un mundo que no puede ser analizado con parámetros nostálgicos u obsoletos. En la Unión Europea se ha constatado un descenso progresivo del tamaño familiar. El porcentaje de familias de una sola persona ha aumentado de 22 a 26%; en el año 1996, las familias monoparentales ya suponían en Cataluña el 9,4% del total, estando constituidas el 80% de aquéllas por mujeres con hijo/s.
El hombre que permanezca anclado en un pasado de injusta prepotencia masculina difícilmente sabrá relacionarse con esta mujer que ha luchado contra todo tipo de barreras para conseguir el lugar que con toda legalidad le corresponde en la sociedad actual.
Teniendo en cuenta que la futurología no es mi fuerte, mi pronóstico, quizá voluntarista, es el imaginar que la mujer liberada de los esfuerzos que representa el luchar contra estereotipos culturalistas aportará a la sociedad los valores que le son propios, entre los cuales me atrevo a destacar su madurez, humanidad y solidaridad, y el hombre, convencido del beneficio que conlleva, no la vea como oponente u opositora sino como persona que colabora en un proyecto de realización común.
Pero si desgraciadamente el hombre ensimismado en su vacía prepotencia no quiere adaptarse a la nueva sociedad es posible un nuevo escenario, en el que la informática y la robotización irrumpan con tal fuerza que la biomedicina, deshumanizada pero muy efectiva, aporte su grano de arena para la constitución de una familia del futuro, núcleo que probablemente seguirá llamándose 'familia', porque mantendrá al menos la condición de madriguera.
Santiago Dexeus es director del Departamento de Obstetricia y Ginecología del Instituto Universitario Dexeus. Universidad Autónoma de Barcelona.
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