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Columna
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Más caña

Los 5.000 millones de pesetas que el Ministerio de Fomento invertirá en traer bambú chino para techar la nueva terminal de Barajas podrían quedar reducidos a mucho menos de la mitad si se utilizara el tradicional, típico y barato cañizo, caña de cañaveral, un material mucho más perecedero pero tal vez por ello también más apropiado para un edificio con una fecha de caducidad de 15 años.

El sueño dorado de cualquier arquitecto sería haber proyectado las pirámides de Egipto, el Taj Mahal o, en su defecto, el monasterio de El Escorial, esa octava maravilla que colaban de rondón los viejos libros de texto en la lista. Precisamente, el monasterio de El Escorial salió a relucir entre los argumentos utilizados en su peculiar defensa por los arquitectos responsables del proyecto de Barajas, que, para responder a las críticas suscitadas por su despilfarro, afirmaron hace unos días que cuando se levantó el monasterio escurialense se utilizó la pizarra, que no es un material propiamente español, sin que nadie dijera ni pío.

El bambú chino comparte críticas con la piedra caliza, probablemente francesa, que se piensa utilizar para la pavimentación. Los socialistas criticaron el despilfarro en bambú, y los graniteros españoles -España es el segundo productor mundial de granito berroqueño- el que hayan decidido traer piedras de fuera, más caras y menos resistentes.

Seguramente el proyecto de Richard Rogers y el Estudio Lamela será excelente desde el punto de vista de la estética, la funcionalidad y la seguridad, pero quizá sus autores, como legítimos y libérrimos artistas, no hayan reparado mucho en la efímera condición de ese edificio singular en el que han puesto lo más elevado y lo más caro de su ciencia y de su ingenio con vistas a una posteridad imposible.

La piedra caliza, reconocen irónicamente los graniteros nacionales, tal vez sea la piedra más indicada para un periodo tan breve por su desgaste, pero queda por saber qué ocurrirá con el bambú y si el Ministerio de Fomento, el Ayuntamiento de Madrid o la Comunidad han pensado en alguna forma de reciclarlo y reutilizarlo cuando desmonten el fastuoso chamizo para inaugurar uno si cabe más fastuoso y se supone que más longevo.

El bambú, flexible y resistente, es un material muy usado en la construcción, y no solamente en la de aeropuertos; con tanto bambú, el Ayuntamiento madrileño podría fabricar centenares de exóticos bungalós para acoger a los inquilinos de las casas que se derrumban de la noche a la mañana para que éstos no tengan que dormir en la calle y estén a salvo de los ataques de los guardias de la porra del señor Ansuátegui, que hace unos días derribaron las frágiles tiendas de campaña de los vecinos de la calle de Rocafort. Un bungaló de bambú es mucho más difícil de derribar y se integraría mejor con el paisaje urbano de una ciudad que cada día se parece más al Saigón de la guerra.

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Para compensar, otra partida del bambú reciclado podría destinarse a la fabricación de porras para los guardias del señor Ansuátegui. La utilización de la caña de bambú en la fabricación de material antidisturbios es una antiquísima tradición oriental que aún se mantiene en algunos países asiáticos en plena vigencia por su rotunda eficacia, millones de veces contrastada.

La ancestral cultura china encontró cientos de utilidades para el bambú: sus brotes son comestibles y con su madera se fabrican sencillos muebles y utensilios domésticos o sofisticados instrumentos de tortura. En la construcción se suele utilizar, como supimos por una película, para hacer puentes muy lucidos y pasarelas algo inestables, pero muy útiles para salvar precipicios. Tal vez ésta podría ser una buena opción para el Ayuntamiento de Madrid, puentes y pasarelas de diseño oriental para superar los innúmeros desniveles de las obras innumerables con aire deportivo y aventurero.

Con el sobrante se podrían fabricar miles de bastones, simpático recuerdo de la Villa y Corte, idóneo para practicar el arriesgado deporte del senderismo urbano o para usarlo como prótesis después de una expedición accidentada por la ciudad preolímpica, parque temático del caos.

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