El milagro vitoriano
La sorprendente irrupción en el concierto europeo de dos cenicientas como el Tau en baloncesto y el Alavés en fútbol está imponiendo un doble trabajo a los periodistas deportivos. Por un lado, geográfico, localizar a Vitoria en el mapa; y por otro, hermenéutico, interpretar cómo se ha realizado el milagro de que los equipos de una pequeña ciudad de 219.000 habitantes alcancen en la misma temporada sendas finales. Porque esta doble meta queda vedada a la mayoría de las grandes urbes y a clubes de alto copete cuyos blasones deportivos, plantillas y presupuestos se sitúan a años luz de los vitorianos.
Es un milagro, pero no se debe a intervenciones divinas, por más que el chiste reclame el origen vitoriano de Jesucristo por su condición de 'Dios y hombre a-la-vés'. Se dice que el éxito de los modestos radica en no dejar pasar las escasas oportunidades que les presenta la vida. En este aspecto, esta eclosión europea no es un fenómeno reducido al ámbito deportivo, sino que representa una prolongación aumentada del éxito previo de la ciudad que acoge a los dos clubes. Vitoria se ha situado entre las ciudades con mayor bienestar económico y calidad de vida y servicios de España sin apenas ruido, sabiendo aprovechar al máximo sus limitadas ventajas comparativas respecto a las ciudades de su entorno. Es una capital de crecimiento tardío, hecha de aluvión, que ha sabido integrar a sus ciudadanos sin preguntarles su origen y ha disfrutado de un buen gobierno tradicional por encima de siglas y coyunturas políticas.
Pero la circunstancia más decisiva para la floración de ambos fenómenos deportivos ha sido la confluencia, en el momento adecuado y el lugar oportuno, de factores de orden humano que raramente coinciden: unos presidentes ambiciosos pero sensatos; unos entrenadores competentes y diestros en la gestión de grupos humanos heterogéneos, y unos jugadores de procedencias y aspiraciones diversas que han encontrado en ambos clubes y en la ciudad la motivación necesaria para creer en sus posibilidades. El esquema se repite en los dos equipos, aunque la trayectoria más acrisolada del Baskonia desplaza los focos hacia el prodigio del Alavés.
La aventura alavesista se sostiene sobre un humilde proyecto de ascenso y mantenimiento en Primera y, sin duda, en la personalidad antiheroica de Mané. Este perito en fútbol y psicología ha sabido construir un batallón disciplinado, aguerrido y pelotero con unos mimbres inciertos. La tribu eurosuramericana de Mané habla en lo futbolístico un mismo idioma y hace de cada partido un ejercicio de autoestima y atrevimiento al conjuro de la tortilla de patata consumida comunitariamente los viernes, su poción mágica. ¿Qué otro equipo se atrevería a salir a la conquista de Europa disfrazado de rosa?
En un planeta futbolístico rendido al talonario, son aventuras como la del Alavés las que recuperan los ecos románticos del juego. Pero tampoco conviene engañarse ante la desmedida desigualdad del choque con el Liverpool. El triunfo del Alavés es haber llegado a Dortmund. El resto sólo es gloria añadida.
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