Veinte años de colza
7.000 personas viven aún en España con secuelas de diversa consideración del síndrome del aceite tóxico
Hace exactamente 20 años que aparecieron los primeros casos del síndrome tóxico (los científicos prefieren hoy llamarlo, más correctamente, síndrome del aceite tóxico), una intoxicación alimentaria de una gravedad muy difícil de igualar. El tiempo no ha borrado el impacto de las cifras: más de 20.000 personas resultaron afectadas, de las que 11.000 fueron hospitalizadas y 300 murieron en los dos años siguientes. De los 17.500 afectados que viven, cerca de 7.000 padecen aún secuelas de diversa consideración.
Como problema médico y científico, el síndrome resultó muy complicado de desentrañar, pero 20 años de investigación intensa han dibujado un cuadro bastante completo de sus causas y mecanismos. Margarita Ladona, del Instituto Municipal de Investigaciones Médicas de Barcelona, y Manuel Posada, del Instituto de Salud Carlos III, en Madrid, presentaron ayer los últimos avances y repasaron los hechos bien establecidos.
- Los tóxicos. La causa del síndrome fue la ingestión de aceite de colza desnaturalizado con anilinas, importado para uso industrial y desviado fraudulentamente para el consumo humano. Las sustancias tóxicas contenidas en ese aceite son derivados de las anilinas que se usaron para desnaturalizarlo, y se llaman oleanilidas y ésteres del PAP.
- Tejido diana. La primera acción de esos derivados de las anilinas consiste en activar en las células el mecanismo llamado suicidio celular programado, o apoptosis. Pero la diana primaria de estos tóxicos derivados de las anilinas no son las células pulmonares, como se pensó inicialmente -el síndrome se llegó a denominar neumonía atípica por error-, sino las células que forman los vasos sanguíneos. Son estos daños primarios en los capilares sanguíneos que irrigan los alveolos pulmonares los que provocan secundariamente el edema pulmonar típico de la primera fase de la intoxicación.
- Trombosis. Buena parte de los síntomas graves, y de las muertes, que se produjeron en los primeros dos años no se derivaron de complicaciones pulmonares, sino que fueron un efecto directo de los daños en los vasos sanguíneos. Un fenómeno relativamente común fueron las trombosis de los grandes vasos.
- Efectos crónicos. Los daños iniciales en vasos y capilares sanguíneos acaban provocando fibrosis (engrosamiento por cicatrización del tejido conectivo) no sólo en el pulmón, sino también en casi todos los tejidos y órganos, incluyendo el sistema nervioso periférico, el hígado, la piel y las glándulas. El sistema nervioso central (cerebro y médula espinal) es de los pocos que no se ven afectados. Buena parte de los efectos crónicos del síndrome del aceite tóxico -los que siguen padeciendo 7.000 personas 20 años después de haber ingerido el aceite- se deben a estas fibrosis generalizadas en órganos y tejidos.
- Efectos autoinmunes. Los científicos creen que hay una segunda clase de efectos crónicos que no tiene relación con la muerte inicial de las células de los vasos sanguíneos, sino que actúa por un mecanismo independiente. El sistema inmune reconoce a los derivados de las anilinas como elementos extraños al cuerpo, y genera anticuerpos contra ellos. Hasta ahí todo bien. El problema es que estos tóxicos son bastante parecidos -aunque no idénticos- a otras moléculas normales del cuerpo humano, y que a menudo los anticuerpos generados contra las sustancias tóxicas reaccionan también contra las moléculas normales, lo que causa nuevos daños. Como la respuesta inmunológica puede ser muy estable, los indeseables efectos autoinmunes pueden perdurar muchos años después de que el paciente estuviera expuesto a los derivados de las anilinas del aceite tóxico.
- Predisposición genética. Algunas personas fueron más susceptibles genéticamente que otras a padecer el síndrome del aceite tóxico, según acaban de demostrar los propios Ladona y Posada (Environmental Helth, volumen 109) junto con investigadores del Hospital Doce de Octubre (Madrid), la Universidad de La Laguna (Tenerife) y el Centro de Investigación y Desarrollo (Barcelona). Lo que sigue es un resumen de este trabajo.
Estos investigadores han examinado a 73 afectados por el síndrome, a 72 familiares no afectados pero que vivían en la misma casa que cada uno de los afectados, y a otros 70 vecinos de los mismos barrios que ni padecen el síndrome ni tienen lazos familiares con los afectados. Y los han examinado en busca de unas diferencias genéticas muy concretas.
El cuerpo posee unas cuantas enzimas (proteínas que promueven reacciones químicas) que generalmente le sirven para deshacerse de las sustancias tóxicas. Los derivados de las anilinas del aceite tóxico, por ejemplo, son muy poco solubles en agua (al igual que el propio aceite), lo que dificulta enormemente su eliminación por la orina. Las enzimas detoxificantes pueden añadir a las anilinas unos grupos químicos que las hacen mucho más solubles en agua, lo que permite su eliminación por la orina.
Cada enzima viene producida por un gen, de modo que los investigadores han analizado los genes relevantes de los afectados, familiares y vecinos. Y han dado en la diana: uno de los genes, el que fabrica la enzima detoxificante llamada NAT2, ha resultado ser un factor de predisposición.
NAT2 tiene una forma muy activa y otra poco activa. La forma poco activa es bastante común: el 40% de la población general (y de los vecinos no afectados por el síndrome) tiene la forma poco activa en ambos cromosomas. Pero ese porcentaje crece hasta el 50% entre los afectados por el síndrome. La probabilidad de intoxicarse tras consumir el aceite fraudulento se vio claramente afectada por la constitución genética de cada individuo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.