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Columna
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Telemedicina

Del botijo a las nanoteras, de la torrija al píxel y al táctel, o sea, del mundo habitual hasta los confines de la futurología, todo está descubierto, un nuevo y cegador universo que los viejos apenas columbramos. Es el futuro que se queda atrás. A uno la ficción literaria le hace poco tilín, quizás porque sigue sazonada con experiencias sobrevividas y cuyo significado se desdibuja en el olvido. Los ancianos estamos más atentos al futuro que al sabido pretérito, junto al porvenir ante cuyo umbral caemos abatidos.

Está bien la nostalgia, porque ejercita en algo imprescindible: engañarnos a nosotros mismos, y por eso afirmamos, íntimamente convencidos, que cualesquiera tiempos pasados fueron mejores. De allá venimos, del recuerdo que no queremos enajenar, porque a menudo es lo único que nos queda. Pero el interés está en lo que se nos echa encima, que tiene una pinta maravillosa y lleva ahí muchos años, sin que apenas nos hayamos dado cuenta.

Acaba de ser presentado en Madrid un libro sobre La salud en el siglo XXI, quizás uno más, asentado en la telemedicina, y lo he leído casi de un tirón, porque su lenguaje es asequible, explícito, y lo que no se entiende puede fácilmente ser obviado. Trata de la profunda derivación en cuanto a la sanidad, que arranca de la estancada medicina curativa -desde Esculapio- hasta el siguiente segundo paso, la preventiva ya aprehendida, dominada, racional, factible, económica y tranquilizadora. No son proyectos, ni anticipaciones, sino experiencias. Explorar el estado de un paciente a distancia es algo realizado hace 77 años, delante de una primitiva pantalla de televisión incorporada. En 1955 se hizo telerradiología en Canadá. En el 67 fue establecida una estación telemédica entre un hospital de Massachusetts y el aeropuerto de Boston. A partir de 1971 se experimenta con los satélites espaciales a estos fines. Programas interactivos, telediagnosis, intercambio de información científica, asesoramiento médico de los pacientes, distinta calificación de los grandes hospitales y centros de la Seguridad Social. Datos, datos, millones de referencias surgen de la tecla del ordenador y equiparan a un recién licenciado, en conocimientos, con el más veterano jefe de servicio. La experiencia, el valioso 'ojo clínico', ya no sirve ante la batería de precedentes multiplicados, la relación de los síntomas y el desarrollo de las patologías, hasta las más exóticas. De la información se beneficia el simple ciudadano que conoce tanto de sus dolencias como el especialista, aunque ignore cómo actuar, y lo pueda transmitir al médico, atajando un largo camino de listas de espera, citas, análisis y pruebas repetidas e innecesarias. La medicina a distancia resuelve problemas generales y específicos, para los que un sanitario adiestrado sustituye al doctor en la evaluación de situaciones que la vía interactiva da resueltos, tanto en grandes espacios poco habitados como en barcos en alta mar, o incluso en naves espaciales. Todo está inventado, experimentado y en permanente superación. Sólo hace falta el viejo ingrediente: dinero, inversión del Estado y la rentabilidad para las grandes empresas industriales.

Estudios ya realizados arrojan un presunto superávit para la sociedad. En Tejas, Estados Unidos, la población penal es de 80.000 reclusos y el consultorio telemédico de su Universidad soluciona la asistencia sanitaria de los internos sin recurrir a desplazamientos, vigilancia y riesgos. Una considerable economía. Ya se ha operado, en quirófanos de Maryland, a enfermos y heridos en Kosovo.

Hace apenas un lustro, pocos podían imaginar el desarrollo de los teléfonos móviles, hoy accesorio indispensable en la mayoría de los niños mayores de siete años. De la misma forma que ya no se construyen casas sin garaje y se introduce el cableado para la televisión, dentro de cinco, diez años se incorporarán los elementos necesarios para las pantallas de cristal líquido que informen, sin siquiera preguntarlo, de cómo tenemos el ritmo cardíaco, la capacidad pulmonar, la primera caries.

Por ahora, el negocio de la salud avanza más lentamente que el de los videojuegos, tanto que yo no veré sus resultados prácticos, aunque con la lectura de ese libro me haya hecho muchas ilusiones. Es el futuro, que pasa de largo.

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